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Emilio Campmany

Insólita firmeza

Por una vez y sin que sirva de precedente, el Gobierno de Pedro Sánchez ha saltado como una pantera a defender el interés nacional.

Por una vez y sin que sirva de precedente, el Gobierno de Pedro Sánchez ha saltado como una pantera a defender el interés nacional.
La ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera. | EFE

Lo sorprendente de la airada reacción del Gobierno a la amenaza de la Comisión Europea de racionar el gas en toda Europa no está sólo en la dureza de la respuesta, sino sobre todo en su rapidez. La dureza porque pocos Estados miembros como el español comulgan tan estúpidamente con las patochadas que de vez en cuando vienen de Europa y porque pocos Gobiernos como el de Pedro Sánchez para deshacerse en almíbares ante todo lo que proceda de Bruselas. Pero más estupefaciente es la rapidez con la que ha reaccionado la ministra del ramo, alguien poco acostumbrada a salir de la fase REM del sueño. Si se considera que el anuncio lo ha hecho Ursula von der Leyen, que es la dirigente europea a la que Sánchez se está trabajando para que le consiga un momio decente cuando deje Dios mediante la Moncloa, el asunto resulta todavía más llamativo. El caso es que, cosa rara entre las raras, por una vez y sin que sirva de precedente, el Gobierno de Pedro Sánchez ha saltado como una pantera a defender el interés nacional.

Mientras se desvelan las razones de esta conversión camino de Damasco, ¿qué hay detrás de la decisión europea? La propuesta viene de Berlín. Por supuesto, no tiene nada que ver con las necesidades de los particulares. Aquí la cuestión es la industria. Si, por causa de su dependencia del gas ruso, las fábricas alemanas tienen que parar un tanto al mes porque el que les llegue no da abasto para producir toda la electricidad que consumen, su productividad caerá en picado, sus ingresos disminuirán en proporción, aumentará el paro, bajará el consumo interior y toda la retahíla de plagas que estas cosas traen consigo. Lo que nos propone Alemania es "mutualizar" la escasez de gas y que todos soportemos los recortes como si estuviéramos tan mal como Alemania. De esa manera, las compañías del resto de Europa no podrán aprovecharse de los problemas de la industria alemana que les permitirían competir con ventaja. Y eso después de haber tenido que hacerlo durante tanto tiempo en desventaja debido a la electricidad barata de la que ha disfrutado Alemania gracias al gas de saldo que les ha estado vendiendo Putin a cambio de que se lo compraran sólo a él. Tras haber disfrutado ellos solos de los ingresos que les ha proporcionado estar enganchados al gas ruso, los alemanes quieren ahora repartir entre todos los costes de depender de él.

Es perfectamente normal que España, que no tiene a la vista problemas de suministro, se niegue a aceptar la propuesta de Alemania. También ha respondido airadamente Polonia, que se ha gastado muchísimo dinero en independizarse del gas ruso. La guerra que se avecina va a ser terrible y, si estamos decididos a librarla, necesitaremos aliados más poderosos que Portugal, Polonia y Grecia. Hay que hablar con italianos y franceses, especialmente los primeros, por ser los titulares de la industria más perjudicada por la competencia alemana. Lo que no se me va de la cabeza es qué habrá pasado para que el Gobierno Sánchez se haya decidido esta vez, a diferencia de tantas otras, a defender el interés de España. Quizá se deba a un poderoso interés particular felizmente coincidente en esto con el interés nacional. Quién sabe.

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