Lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Argentina no debe ser indiferente a nadie en España, pues el país latinoamericano es, por desgracia, el espejo en el que la mayor parte de la izquierda española se mira, el modelo que quieren trasladar a nuestras instituciones.
Y no hay que llamarse a engaño: es un modelo de corrupción, arbitrariedad, violencia política y, en suma, degradación de la democracia. Un modelo que, por supuesto, sólo puede traer pobreza, que es exactamente lo que ha llevado a Argentina, un país en el que la clase media ya casi no existe y que se enfrenta a una tasa de inflación del 70%.
Muchos pensarán que el parecido no es tan evidente, pero por desgracia los paralelismos y las conexiones no son pocas: fuerzas políticas de izquierda con muchas e intensas relaciones gobiernan a uno y otro lado del Atlántico; los casos de corrupción han sido monumentales y, sobre todo, la respuesta a ambos es la misma: el ataque a la Justicia y un intento muy fuerte de degradación de las instituciones. Lo vemos allí en del juicio a Cristina Fernández de Kirchner y aquí a cuenta de la sentencia, ya más que firme, por el tremendo caso de los ERE y la condena a Manuel Chaves y José Antonio Griñán.
Esa invasión del poder Ejecutivo en todos los ámbitos, tanto los que le son propios como los que le son democráticamente ajenos, es uno de los rasgos más claros de los países, como Argentina y España, que se deslizan por la pendiente que te lleva a dejar de ser una democracia.
Por último, pero no menos importante, hay otro rasgo que por desgracia compartimos con el país hermano del cono sur: el camino a la pobreza del que antes hablábamos y en el que Argentina ha recorrido un trecho mucho más largo que España, pero en el que nuestra sociedad se está adentrando con pasos terriblemente firmes.
Allí como aquí, en suma, una sociedad asfixiada por una izquierda radicalmente antidemocrática se enfrenta a sus últimas oportunidades para no despeñarse por el barranco. En el caso argentino castigar la inmensa corrupción de Fernández de Kirchner con la condena que merece es un primer paso inexcusable que debe seguirse de un vuelco político que esperemos que las nuevas opciones liberales recientemente surgidas sean capaces de darle al país. En España, se hace necesaria una contestación social y democrática a todos los niveles que se traslade también más pronto que tarde a las urnas.
No podemos terminar sin una advertencia que debería escuchar la derecha de este lado del Atlántico: la historia reciente de Argentina, como la de España, demuestra que cuando las alternativas democráticas más responsables logran descabalgar electoralmente a la izquierda pero no son capaces de imprimir el giro de 180 grados que la situación de ambas sociedades demanda, rápidamente se ven sustituidas de nuevo por la demagogia, la mentira y la corrupción. Por muy desastrosa que haya sido la experiencia previa, la capacidad de peronistas, socialistas, kirchneristas o podemitas para hacer olvidar a los votantes es casi tan infinita y temible como su habilidad para arruinar países y sólo un cambio de verdad y exponer sus carencias una y otra vez sirven para alejarles de la reconquista del poder.

