
Todo el mundo parece estar convencido de que Griñán es un hombre honorable. Y, sin embargo, ha sido condenado a seis años de cárcel. En el juicio, Griñán declaró que no hubo "un gran plan (para defraudar) pero sí hubo un gran fraude" y eso significa que "alguno de los controles pudo fallar". Griñán sostiene que es inocente: "¿De qué se me acusa? ¿Por qué se me condena? Yo no he hecho nada, no he consentido nunca nada"
Se ve a sí mismo más como el acusado de El Proceso de Kafka que como Pablo Escobar, el narco al que adoraba el pueblo porque repartía prebendas entre los más necesitados. La justificación fundamental es que Griñán no se enriqueció personalmente. No, Griñán no es Al Capone, ni mucho menos Jordi Pujol, pero tampoco es el buen samaritano.
El caso Griñán es paradigmático de lo que constituye un autoengaño. Más de seiscientos millones de euros defraudando, que pueden ser más de mil, y, sin embargo, muchos entre los socialistas piensan que si bien no estuvo del todo bien, tampoco es que estuviese del todo mal. El expresidente de la Junta de Andalucía y expresidente del Partido Socialista Obrero Español tiene todo el aspecto de ser un hombre honorable. Pero Adam Smith nos advirtió sobre que «nuestro deseo de ser estimable puede ser tan poderoso que acabemos por rechazar cualquier indicio en sentido contrario». Griñán también tiene pinta de ser un hombre débil, alguien que no pudo soportar la presión del entorno para enfrentar la verdad y hacer lo correcto. Es imposible ejercer el poder sin crearse enemigos, ya sea porque se es arbitrario pero también por ser justo. Griñán ha sido una víctima, sí, pero de sí mismo y su incapacidad para echarse enemigos por querer hacer lo correcto.
Sin duda, Griñán no es un hombre avaricioso y no se quedó con un euro. Pero sí estaba en su interés personal que hubiese una red clientelar favorable al gobierno socialista en Andalucía. Adam Smith también nos advirtió sobre la dificultad de apreciar cuando no estamos siendo consecuentes con nuestros principios. Somos muy buenos racionalizando acciones injustificables, y hacemos el mal pero convenciéndonos a nosotros mismos que lo hacemos por los demás, por la humanidad. A través del autoengaño, el vicio se convierte en virtud, y el obrar mal en un camino tortuoso pero seguro hacia el complejo de superioridad moral. Aquello de que el infierno está empedrado de buenas intenciones. O que Dios escribe recto con renglones torcidos.
Defiende Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales que dentro de nosotros hay un espectador imparcial que nos recuerda lo que es correcto e incorrecto. Aunque el mundo nos aplauda y nos premie, el espectador imparcial dentro de nosotros mismos es lo que nos hace sentir si realmente somos dignos de estima o impostores. Sin embargo, tenemos multitud de recursos para silenciar a la conciencia. Un psicópata de nacimiento directamente no tiene dicho repliegue de la conciencia. El resto podemos ahogarlo con drogas, ideología o, lo más fácil, buscándonos excusas a las que llamamos "justificaciones". En resumen, autoengañándonos.
Compramos la paz de espíritu sacrificando la percepción correcta de la realidad. Pero, como decíamos, conviene no pasarse en el autoengaño. Los socialistas andaluces compraron a tanta cantidad de gente, de periodistas a jueces pasando por sindicalistas y votantes, que llegaron a creerse realmente invulnerables. Se atribuye falsamente a Orwell haber dicho que "Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores no es víctima, es cómplice". Pero aunque mal atribuida, la advertencia es esencialmente correcta. El pueblo andaluz durante lustros votó a corruptos a sabiendas. Pero los andaluces terminaron quitándose la pinza de la nariz que no les dejaba oler el hedor. Porque el Emperador socialista andaluz no es que estuviera desnudo, sino que apestaba. Y, sin embargo, la corte de parásitos aspiraba la pestilencia como si fuese Chanel nº 5. Silenciado el espectador imparcial en el corazón de los socialistas, acalladas las bocas críticas mediante generosas subvenciones y la intimidación social, quedaba un espectador imparcial externo: la juez Alaya. Nunca el honor de un pueblo estuvo tan en deuda con la profesionalidad de una mujer justa, valiente e imparcial. Pero que los andaluces no se equivoquen: las fétidascloacas siguen ahí y desembocan en el anunciado indulto de los socialistas a sí mismos.
