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EDITORIAL

Barcelona paga el precio de su izquierdismo y separatismo

El problema de Barcelona es el de Cataluña: el deslizamiento hacia la locura de una sociedad presa del separatismo y el izquierdismo más sectarios.

El problema de Barcelona es el de Cataluña: el deslizamiento hacia la locura de una sociedad presa del separatismo y el izquierdismo más sectarios.
Intento de robo con agresión en las calles de Barcelona. | Imagen TV

Aunque puedan parecer anecdóticas, noticias como la los robos sufridos recientemente por dos jugadores del Barcelona –hace sólo unos días su gran estrella Lewandowski y este mismo lunes Aubameyang– tienen un impacto brutal en la imagen internacional de la ciudad y, sobre todo, son terriblemente reveladores de cuál es la realidad de la capital catalana a día de hoy: la de una ciudad con unos índices de criminalidad rampantes y que ha sufrido un deterioro impresionante en los últimos años.

Y es que aunque siempre habrá quien piense que esas cosas sólo le pasan a las estrellas del fútbol porque son ricos y famosos, la realidad es exactamente la contraria: si eso puede pasarle a un multimillonario que vive en una urbanización de lujo protegida qué no podrá pasarle al común de los mortales.

Barcelona es a día de hoy una ciudad peligrosa, sucia, sometida a varias plagas de animales y, por supuesto, enloquecida políticamente, con un ayuntamiento que se dedica a los más variados asuntos que poco tienen que ver con el bienestar de sus ciudadanos –desde cargar contra el turismo hasta torpedear la labor de la policía Municipal– y que en casi ocho años de poder municipal no ha logrado sino empeorar el gran asunto que, terriblemente manipulado, llevó a Ada Colau a la alcaldía: los problemas de vivienda de la ciudad.

Sin embargo, culpar de la situación de la Ciudad Condal a Colau sería reconfortante –bastaría con desalojarla de la alcaldía para que las cosas empezasen a mejorar– pero falso: la degradación no se debe sólo a ella y, por desgracia, empezó bastante antes de que siquiera entrase en política.

Porque el problema de Barcelona es el mismo que sufre Cataluña: el deslizamiento hacia la locura de una sociedad que, presa del separatismo y el izquierdismo en sus versiones más sectarias e intelectualmente paupérrimas, incapaz de establecer unas prioridades mínimamente racionales y, al contrario, en la que es posible normalizar los despropósitos más insólitos que uno pueda imaginarse: desde gincanas sexuales para niños hasta carreras en ropa interior igualmente destinadas a menores, pasando, por supuesto, por todo el disparatado aparataje simbólico y político del nacionalismo.

De ser una de las regiones más modernas y probablemente la ciudad más culta de España, Cataluña y Barcelona se han convertido en un sumidero por el que se están hundiendo la seguridad, la salubridad, la economía y todo lo que separa a una urbe europea de un arrabal del tercer mundo.

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