Menú

Como si fuera la primera vez

Lo más importante que he aprendido en ese estadio lo he entendido después. Y es que no hay emoción más inmensa que la de volver a empezar.

Lo más importante que he aprendido en ese estadio lo he entendido después. Y es que no hay emoción más inmensa que la de volver a empezar.
Estadio Santiago Bernabéu. | Unsplash/Vienna Reyes

El pasado tarda en irse y cuando vuelve nunca es él. Por eso, lo mejor que puede hacerse si se presenta de improviso es devolverle el embuste. Al pasado hay que agarrarlo con fuerza y no rehuirlo, no vaya a ser que se atrinchere en tu cabeza. Hay que cogerlo de la cintura, a ser posible. Llevarlo como si fuésemos Al Pacino en Esencia de mujer. Conducirlo ciegamente y dominarlo. Igual que si fuera un Ferrari por las calles de Nueva York. O como si fuera una rubia y su recuerdo fuera un tango y nosotros hombres sin vista y esta tarde un gran salón.

A mí me gusta tratar de engañarlo porque estoy acostumbrado a que me engañe él. Es un juego que nos traemos y que nunca es justo del todo, pues ni yo tengo nada que ganar ni él demasiado que perder. Aún así, nos llenamos las tardes. Pasamos temporadas enteras acorralándonos el uno al otro hasta que por fin él se cansa y se decide a marchar.

Cuando eso no ocurre, me gusta recurrir a trucos que inclinan el tablero a mi favor. Él tiene sus artimañas y yo las mías, y de las mías ninguna es tan eficaz como cantar un gol en el Bernabéu.

En realidad, es una manera de imitarle. Su baza dominante se fundamenta en que el presente no existe. Ya es él. Así que si se le quiere vencer lo que hay que hacer es convertirle en futuro y no dejar que nos alcance otra vez.

Personalmente, no se me ocurre un pasatiempo infinito tan reciclable como las competiciones deportivas. Y de las competiciones deportivas, ninguna engarza más con mi constitución sentimental que cualquiera en la que participe el Real Madrid.

Del Madrid se dice que es un equipo insaciable, pero es que todos lo son. Esa es la magia del fútbol y ahí reside el secreto de un calendario obligado a repetirse eternamente como por mandato celestial. Lo más sencillo de entender es que en el deporte no hay pasado igual que no hay pasado en la mesa. Nadie sigue alimentándose de lo que comió nada más nacer.

Es por eso que uno tiene fechas señaladas en su calendario. Ciclos que se reviven y que paradójicamente no despiertan nostalgia, pues están proyectados hacia adelante más que conectados con lo de atrás. A mí me gusta acudir al estadio en el primer partido en casa, por ejemplo. Respirar, cuando fumar no era una actividad perseguida, esa primera bocanada de tabaco concentrado en la atmósfera, como si las paredes todavía retuviesen el humo de las caladas de Di Stéfano, y recordar sin lamentos el día en que lo pisé con siete años sin entender muy bien qué es lo que estaba yendo a ver.

De mi bautismo blanco sólo recuerdo que fue un partido contra el Alavés y que Hierro marcó su gol número cien. Después he descubierto que aquel día cantamos el alirón, y haciendo memoria creo llegar a recordarlo y deduzco que de ahí viene esa tendencia tan mía a esperar que cada mínimo esfuerzo termine con una vuelta de honor mientras en a lo alto resuena Queen. Pero lo más importante que he aprendido en ese estadio lo he entendido después. Y es que no hay emoción más inmensa que la de volver a empezar. Las temporadas y las remontadas. No importa que ese mismo camino lo hayamos recorrido cien veces. Ni que nunca sepamos si esta vez nos va a dar para ganar.

Temas

En Deportes

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal