
Sánchez llegó al Senado, subió a la tribuna de oradores, dijo buenas tardes y ahí puso fin a su relación con la verdad. Nada nuevo en la forma de hacer política del presidente, que convive con la mentira con tal naturalidad que ya le resulta imposible decir algo cierto aunque solo sea para dar variedad a su discurso. Pero lo significativo del peculiar debate de ayer en el Senado no es que Sánchez volviera a mentir sin cesar y con absoluta tranquilidad, en última instancia algo consustancial al personaje, sino la sensación extendida, incluso entre la bancada socialista, de que el sanchismo toca a su fin.
Cuando un presidente acude al Senado a petición propia para explicar su acción política es porque tiene la absoluta seguridad de que va a dar una buena imagen ante la opinión pública y, de paso, a destrozar a la oposición. Tanto la insustancialidad de la cámara como el formato de estas comparecencias dan al presidente del Gobierno todas las ventajas, incluido un tiempo ilimitado para sus réplicas, lo que le permite convertir un debate parlamentario en un mitin ante todos los españoles con breves pinceladas de los portavoces de los grupos políticos. Sánchez lo tenía fácil, pero ya no da más de sí. El grueso de sus interminables intervenciones fue dedicado a insultar a Núñez Feijóo, como si se hubieran intercambiado los papeles del presidente y el jefe de la oposición, un error tan garrafal que solo está al alcance de la élite del sanchismo, desplomada también al mismo nivel que su líder como ayer quedó demostrado.
Sánchez venía de copiar una de las propuestas de Feijóo para abaratar el coste de la energía, todo un reconocimiento de la insolvencia de un equipo de Gobierno en el que los ministros comunistas están a esto de pedir la implantación de la cartilla de racionamiento. Pero es que la comparecencia (¡a petición propia!) de Sánchez era para "informar sobre el plan de ahorro y gestión energética y su perspectiva territorial, así como del contexto económico y social del mismo", no para repetir mil veces a los españoles que Feijóo tiene muy mala fe.
Y como ya es habitual en las performancias sanchistas, tampoco faltó la mención a los poderes ocultos, una neurosis obsesiva del presidente que ya va revistiendo un carácter clínico. En un debate de política energética, con la inflación desbocada y la economía yéndose a pique, Sánchez se dedicó a decirle al líder del PP que "usted no olvida quién le puso ahí: las grandes empresas energéticas y las grandes corporaciones de este país". Como resumen de su política, la conclusión es bien descriptiva; no de la estrategia socialista para paliar la pavorosa crisis en ciernes, sino de que lo único a lo que aspira ya a esta gente del Gobierno es inspirar piedad.
Los senadores socialistas aplaudían con desgana cuando los miraba Sánchez, porque su única preocupación a estas alturas es garantizarse el sueldo la próxima legislatura, algo que no va a estar nada fácil como todos ellos saben bien. A Sánchez lo abuchean en la calle y ni siquiera en las Cortes arranca una ovación a los suyos. Ya solo le queda trampear con actores secundarios en los jardines de La Moncloa para hablar del cambio climático. Llegará el momento en que ni para eso quedarán voluntarios ya.
