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Pablo Planas

La ministra del Metro y los españoles

En el Metro y en los autobuses no se habla de nada. Y si se tuviera que hablar de alguna cosa, sería del precio de los alimentos.

En el Metro y en los autobuses no se habla de nada. Y si se tuviera que hablar de alguna cosa, sería del precio de los alimentos.
La ministra de Justicia, Pilar Llop. | Europa Press

Qué vivísimo contraste. Mientras el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se mueve en Falcon o en helicóptero, la ministra de Justicia, doña Pilar Llop, lo hace en Metro y autobús. Así como lo leen. Tremendo gesto que contribuye a la austeridad energética y dietética que predica el Ejecutivo. Nada de coches oficiales y tampoco nada, se supone, de guardaespaldas o asistentes. Tal vez algún discreto acompañante guíe sus pasos por los intrincados laberintos del subterráneo. Qué sabe nadie.

Ese contacto pleno y rotundo con la realidad le ha permitido subrayar a la ministra que en el Metro y en el autobús no se habla de otra cosa que de la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Constitucional, que los pasajeros de los transportes públicos debaten sobre el particular y comentan consternados la gravedad de la situación y el gasto añadido que supone todo ello en refuerzos judiciales y demás zarandajas togadas.

A Llop no le queda más remedio en sus trayectos que escuchar el lamento popular ante la insólita situación del Poder Judicial y de ahí que sacara a relucir el hecho en la comparecencia posterior al último Consejo de Ministros. Y es que es un escándalo, como bien debe saber cualquiera que utilice el Metro o el autobús.

Puede que en Madrid ocurra lo que dice la ministra, pero lo que es en Barcelona, la gente que utiliza el Metro o el autobús va a lo suyo, con los auriculares incrustados en los oídos y mirando la pantalla del teléfono móvil como antes se ojeaba el periódico, costumbre ya extinta. El usuario tipo no entabla conversaciones con desconocidos y si dos o más personas viajan juntas no charlan de la renovación del CGPJ. Ni siquiera, cómo será la cosa, hablan de la independencia. En el caso de Barcelona, se entiende.

En el Metro, al menos en la Ciudad Condal, lo que hay es personas que piden limosna, músicos de toda clase y condición, gente extraviada, somnolienta, trabajadores y trabajadoras, limpiadoras, pintores de brocha gorda, oficinistas, estudiantes, desempleados, cuidadoras de ancianos, buscavidas, descuideros y notas variados...

Tampoco ayuda a la comunicación verbal la obligatoriedad de la mascarilla, aunque un porcentaje nada desdeñable de usuarios ha decidido no utilizarla y que Darwin dicte sentencia. En el Metro y en los autobuses no se habla de nada, no son ningún foro, ni el parlamento del pueblo llano. Y si se tuviera que hablar de alguna cosa, sería del precio de los alimentos, de la factura de la luz, de lo caro que está todo.

Al Metro o al autobús no se va a hablar de política. Se toman para ir y volver del trabajo, o para buscar trabajo, o para ir a los estudios o de fiesta en el caso de la juventud. También para hacer recados, ir a la consulta, al fútbol o a una cita. En fin, para cualquier cosa menos hablar de las peripecias del CGPJ. Así que no hay más remedio que preguntarse en qué línea de Metro o de autobús se abordan tan espinosas y cruciales cuestiones.

Si en la realidad paralela de Llop, el Metro es una especie de salón de los pasos perdidos de la judicatura, en la realidad sin más es un medio de transporte tan práctico como incómodo. Y a según qué horas bastante inseguro. Señora ministra, poca gente que puede permitirse otra cosa utiliza el transporte público. Y eso que cuando no queda más remedio, sus ventajas son indudables en términos de rapidez y precio. Generalmente hablando.

Claro que tampoco nos vamos a poner estupendos, ¿verdad, ministra? Usted dice que viaja en Metro y nuestra obligación es creerla porque en caso contrario estaríamos diciendo que la Notaria mayor del Reino se inventa las cosas y suelta lo primero que le pasa por la chistera, como su colega de gabinete Yolanda Díaz, que también se debe pasar la vida en el Metro oyendo a la gente pedir una cesta de la compra básica con chuches, bollería industrial y zumos bio enriquecidos con mucho edulcorante eco. Seguro que usted y ella se juntan con Alberto Garzón, Irene Montero e Ione Belarra para ir juntos en Metro a la Moncloa y así ahorrarle al pueblo el coste de los coches oficiales y el despliegue propio de las ministras y los ministros.

No nos toman el pelo, no, qué va. Se ríen en nuestra cara directamente. Pero es que la señora Llop está de dulce y acaba de perpetrar en el Congreso de los Diputados otra intervención antológica. Ha dicho la titular de Justicia que hay catalanes que viven en otros lugares de España y españoles que viven allí, en referencia a Cataluña. Parecía un trabalenguas, pero esconde un preciso marco mental. La ministra es hija de catalán y asturiana. Ella fue juez en Mataró tras aprobar las oposiciones en la Escuela Judicial, que está en Barcelona. Y vivió en Gerona. Conoce la zona. Tal vez se sintió inmigrante, a pesar de su muy catalán primer apellido, Llop (Lobo). Una española en Cataluña. Claro, si ni siquiera se puede estudiar en español. Pues que sepa, ministra, que los catalanes también son españoles y que una gran parte de la población censada en Cataluña así lo siente.

Como seguro que no coincidiremos en la manifestación de este domingo en Barcelona para que se enseñe un poco de español en los colegios, nos vemos en el Metro.

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