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Amando de Miguel

Hay que debelar el poder

El Gobierno español actual presenta visos de ser el más incompetente de la España contemporánea. Lo peor es que no se vislumbra una alternativa fácil.

El Gobierno español actual presenta visos de ser el más incompetente de la España contemporánea. Lo peor es que no se vislumbra una alternativa fácil.
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en su reunión en Moncloa | EFE

Se dijo que, con las bayonetas, se pueden hacer muchas cosas, menos sentarse sobre ellas. Respecto a un poder político dizque progresista, como el que tenemos en España, caben varias conductas por parte de los contribuyentes. La más común es aceptarlo como tal. Cabe movilizarse para intentar cambiarlo por el convencimiento de la opinión pública. Más hacedera es la posición de sustituirlo por un esquema alternativo, lo que, en su día, se llamó "turnismo de Gobierno". Pero ¿qué pasa si esas instancias no funcionan? La sospecha tiene su fundamento. Recuérdese el precedente de que un Rajoy con mayoría absoluta del Partido Popular no logró cambiar las anteriores leyes doctrinarias del socialismo de Zapatero. ¿Seguirá la misma ambivalencia con un posible Gobierno Feijóo? Así, pues, no queda más que una salida de emergencia: hay que debelar la estructura del poder. Reconozco que el verbo resulta un tanto agresivo, pero, no es más que una alusión. Podría aceptarse una alternativa más presentable, como "reconstitución". La idea básica es que se trata de demoler toda una construcción política, la que nos ha llevado, en España, a una suerte de democracia desvirtuada por el autoritarismo. El cual se traduce, por ejemplo, en que el "Estado de bienestar" tiende a ser, más bien, el "bienestar del Estado". Puede que nos encontremos ante un efecto secular de nuestros "demonios familiares". Empero, la inteligencia está para superar las supuestas maldiciones históricas. Tampoco somos un pueblo tan extravagante. Más difícil fue hacer la "transición democrática", de un modo asaz pacífico, en los amenes del franquismo. El experimento salió adelante sin grandes sobresaltos. Fue un ejemplo de debelación del poder, aunque se emplearon expresiones más finas.

La acción debeladora puede hacer que prevalezca su naturaleza agresiva. Sin embargo, visto el panorama actual, no encuentro una propuesta más misericorde. Partimos de un agrio diagnóstico: el Gobierno español actual presenta visos de ser el más incompetente de la España contemporánea. Lo peor es que no se vislumbra una alternativa fácil. Por ejemplo, un eventual Gobierno del PP estaría más dispuesto a colaborar con el Partido Nacionalista Vasco que con Vox. No parece mucho cambio. Por otra parte, el Gobierno actual es la réplica del llamado Frente Popular de 1936: socialistas, comunistas y separatistas. Ya, sabemos el lamentable resultado que tuvo. Nada menos que provocó el alzamiento de algunos generales y de las fuerzas de la derecha, lo que desembocó en la trágica guerra civil.

Debelar el actual poder político significa que alguna vez habrá que parar los pies a un Gobierno que se mueve a golpe de decretazo. Como el PSOE no tiene mayoría en las Cortes, necesita conjuntarse con estrambóticas fuerzas comunistas (más bien, del estilo latinoamericano), separatistas y localistas. Algunos de los mandamases de esas minorías se sienten ajenos a una economía de mercado o rechazan la identificación como españoles. Ya, son ganas de llamar la atención. Lo peor es que tal maridaje, empieza a ser algo sabido. Ya se sabe, lo nuestro es el "postureo".

La acción de debelar el poder es mucho más ambiciosa que el mero trámite de descabalgar al presidente Sánchez del Gobierno por medio de unas elecciones. Implica reconstituir el sistema de poder, casi, como si fuera una tarea de redactar una nueva Constitución. Para lo cual, se necesita la colaboración de los partidos políticos que tratan de representar a todos los españoles, no, solo, a una parte territorial de ellos. La distinción es clave: solo, tales formaciones políticas deberían ser legales en las Cortes Generales. Sea cual fuere la nueva coalición gubernamental, se impone reducir, drásticamente, la pirámide de los altos cargos y conseguir una Judicatura no servil del partido que gobierna y del que va a sucederle.

Algún lector desapasionado podría pensar que toda esta lucubración no conduce a nada; sencillamente, parece de imposible logro sin el uso de la violencia. Puede ser, pero, en tal caso, nos llevaría a la amarga conclusión de que, efectivamente, padecemos un régimen con ínfulas autoritarias. ¿Será, acaso, lo nuestro? Yo, al menos, no me resigno a ese triste destino.

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