
El gran aliciente de la temporada política de otoño en Cataluña son las regurgitaciones de la pesada digestión independentista de su última derrota. A estas alturas, hasta Puigdemont se ha dado cuenta de que el ‘procés’ ha muerto. Conviene puntualizar, no obstante, que eso no significa que el separatismo haya desaparecido. El riesgo de una asonada existe y es constantemente alimentado por personajes como Pedro Sánchez.
La ruptura entre ERC y Junts per Catalunya (los restos del naufragio convergente más los amigos del prófugo Puigdemont) ha sido el último episodio de la temporada final de la serie. Ya no hay más pantallas. Game over. Es imposible que todavía quede alguien entre los cientos de miles de votantes de los partidos independentistas que se crea las promesas de sus líderes. La prueba del nueve es la triste capacidad de convocatoria de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), cuyos actuales líderes, una exabogada de la Generalidad y un exconcejal de ERC con ínfulas de payaso, gestionan la pura inanidad.
Pudiera ocurrir que la confluencia entre la crisis económica y un Gobierno de coalición del PP y Vox reproduzca las condiciones ambientales favorables a otro intento de golpe de Estado. A pesar de las encuestas del CIS, se da por descontado que el próximo presidente del Ejecutivo será el actual líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. La duda estriba en si podrá plantearse una gobernación en solitario o necesitará de los votos de Vox. Nadie habla de la posibilidad de un acuerdo entre populares y socialistas.
En ese hipotético contexto de un Ejecutivo entre Feijóo y Abascal, el separatismo lo volvería a internar, el famoso "ho tornarem a fer". Esa es la razón que anima a la corriente que sostiene que Sánchez ha logrado apaciguar la política catalana y desactivar el movimiento independentista, por lo que su reelección es un "asunto de Estado". Tales propagandistas eluden los hechos probados de que el presidente del Gobierno ha pactado con ERC la definitiva erradicación del idioma español en la enseñanza catalana, apartar a los jueces de la investigación de los delitos cometidos por independentistas o que se siente en una "mesa de diálogo" con la Generalidad que incluye el postulado de un referéndum de autodeterminación.
Cinco años después del golpe de Estado resulta evidente que las dos grandes manifestaciones a favor de la unidad de España en Barcelona en octubre de 2017, la quirúrgica intervención de Guardia Civil y Policía Nacional durante la farsa de referéndum y el discurso de Felipe VI 48 horas después de la asonada cambiaron el curso de los acontecimientos. Los independentistas no se esperaban eso, sino al Estado de Mariano. Y perdieron. Pero no por goleada. Al igual que este domingo el Real Madrid dejó vivo al Farsa Palancas. En términos ajedrecísticos es como si Kaspárov se hubiera dedicado a dar vidilla a Karpov para no derrotarlo en 50 movimientos sino en 62.
Los independentistas del sector más hiperventilado ya saben que la república catalana no existe. Tras las fases de negación y frustración, llega la de aceptación. Las banderas estrelladas han desaparecido de los balcones. Nadie luce ya el pin lazi en la solapa. El interés público sobre la política está centrado en el ajuste de cuentas de los caciques separatistas. A corto plazo un nuevo golpe de Estado está descartado y es cosa de ver como se navajean Puigdemont y Junqueras.
Toda la morralla retórica sobre el "mandato" del 1-O y el "derecho a decir" ya no se la creen ni los pocos que la pregonan, pero son legión quienes alentaron el proceso separatista y siguen en sus puestos en los medios, los bancos, las empresas y los sindicatos, como si el inmenso fracaso del ‘procés’ no fuera culpa suya, como si una sociedad rota y una economía destrozada no tuvieran nada que ver con ellos, con lo que dijeron y con lo que hicieron. Ahí siguen, viviendo del cuento, maquinando maniobras para liarla otra vez más pronto que tarde.
Sólo la aplicación del artículo 155 de la Constitución de forma íntegra y sine die podría acabar con la murga. Cualquier otra cosa no es más que un parche que alimenta al monstruo y facilita las condiciones para una nueva intentona mientras en las escuelas se adoctrina a las sucesivas generaciones de votantes en el supremacismo catalanista y el odio a España. Que el separatismo haya logrado incumplir con el apoyo de Sánchez la sentencia del 25% de español en la enseñanza obligatoria es una evidencia palmaria y un nuevo paso adelante en la demolición de España.
