
En contra de lo que suele decirse –algo puede ser verdad– y de lo que muchos pregonan tratando de autodefinirse como rebeldes, adictos a la holganza, amantes del buen vivir y de limitar al máximo los compromisos, soy de la opinión de que el pueblo español, cuando encuentra motivos, es laborioso, responsable, comprometido y, mayoritariamente, diría que honesto.
Es verdad que, a nivel macro, es decir, considerando la nación en su conjunto, deja vislumbrar el desorden, la provisionalidad, la autocomplacencia de quienes nos imponen su voluntad y hasta el pavoneo, estéril además por su falsedad, de quienes nos gobiernan. Estos vicios de cada día y de procedencias diversas, son el acicate para que aquellas virtudes, referidas, se corrompan, deviniendo en los vicios de que se nos acusa.
El pasado martes, a media tarde, fui sorprendido in itinere –es decir, iba conduciendo de camino a mi destino–, pues sólo en esas condiciones carentes de alternativas puedo imaginarme, atento radiofónico a una sesión en el Senado en la que el Presidente del Gobierno presumía, con una pedagogía vana y contraproducente, de todos los logros que su Gobierno ha conseguido para el bien de España y de los españoles.
Bien es verdad que buena parte de las estadísticas que manejó pertenecían a esas series que preparan los amigos. Quiero decir, que se olvidaba lo que era mejor no mencionar, que se incluían como trabajadores en actividad a los que realmente estaban parados, que no aparecían las referencias de la AIReF, ni las del Banco de España, ni los resquemores, más que justificados, de la Comisión Europea, por la falta de control en la utilización de los Fondos europeos…
No pude evitar el recuerdo de un relato –presuntamente verdadero por la fuente– que ocurrió mediado el siglo XX. Aunque, como dicen los italianos, si non é vero, é ben trovato, es decir que aunque no fuera verdad, me refrescó aquel suceso, que prefiero omitir.
Tengo que confesar que, con mi mejor disposición, cuando el Presidente del Gobierno llevaba ya tiempo en el uso de la palabra, con los repetidos y estruendosos aplausos y mucho incienso ceremonial, me pregunté: ¿de que país está hablando? Porque esa no era, desde luego, la España que yo conozco en este siglo XXI.
Ya sé que la mentira se ha instalado como hábito: cuando se dice que se va a reducir el consumo de gas, se incrementa en un 4,2%; cuando se presume de los éxitos macroeconómicos, se omite el criterio del Fondo Monetario Internacional opinando lo contrario; la propia AIReF ha corregido las cifras de la Vicepresidenta Calviño…
Ya sabemos que aquí no se cumple lo que se promete, no es verdad lo que se asegura, ni siquiera se cumplen las leyes, ni las Sentencias de los más Altos Tribunales; no hay confianza ni honor, pero si al menos hubiera vergüenza personal para sustituirlos… no sonreirían los Ministros, cuando no tienen de qué.
Pero… ni eso.
