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Un cactus para el jardín de Borrell

Por primera vez desde que sigo la política, la Comisión Europea ha actuado con la celeridad y la contundencia que el momento exigía.

Por primera vez desde que sigo la política, la Comisión Europea ha actuado con la celeridad y la contundencia que el momento exigía.
El Alto Representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell. | EFE

Uno de los problemas que tiene estar siempre diciendo cómo deberían ser las cosas es que uno acaba perdiendo de vista cómo en realidad son. Es lo que les está pasando a algunos de los críticos sistemáticos de la (por otro lado muy criticable) Unión Europea y sus instituciones.

Algunos llevamos años pidiéndoles que despierten de una vez y abandonen el pensamiento Alicia. Es exactamente lo que Bruselas y las principales capitales de la Unión están haciendo con la guerra de Ucrania, pero mucha gente de la que coincidía conmigo en las críticas parece empeñada en no verlo: quizá para no haber de cambiar de discurso y poder seguir atacando al de siempre por lo de siempre.

Creo que por primera vez desde que sigo la política, la Comisión Europea ha actuado en una crisis internacional con la celeridad y la contundencia que el momento exigía. La presidenta Von der Leyen ha mostrado con la agresión criminal de Putin a Ucrania la claridad y la iniciativa que muchos le habríamos querido ver sobre Cuba, China, Venezuela o la dictadura misógina de los barbudos de Irán.

La insoslayable gravedad de las acciones de Rusia en territorio del país más grande de la Europa democrática y civilizada, que es Ucrania, también han provocado cambios revolucionarios en París y Berlín. Superando las reservas iniciales, ambos Gobiernos han accedido a enviarle armas a Kiev.

El paso es histórico en el caso de una Alemania que acepta por fin que la historia no terminó con la liberación de Auschwitz y puede volver a haber guerras justas. Tan justas como la que destruyó la máquina de matar nazi.

Un proceso parecido se está viviendo con la energía nuclear. La misma Alemania que promovió agresivamente la renuncia a este tipo de energía en toda Europa rectifica y ha alargado la vida de todas sus centrales nucleares.

Pocos volantazos históricos son lo suficientemente bruscos como para satisfacer a los maximalistas que han hecho de la oposición un hábito y su seña de identidad. Pero esto no quiere decir que no sea un volantazo.

Los grandes cambios suelen asociarse a manifestaciones simbólicas que los representarán siempre en el discurrir de la historia. La de este momento podría ser el discurso (inverosímil hasta hace poco por venir de un socialista que es además funcionario europeo) del jardín de Borrell.

Lo pronunció el pasado 13 de octubre, dirigiéndose en la ciudad belga de Brujas a los cuadros diplomáticos en formación de la UE. Permítanme la cita (casi) completa:

...Brujas es un buen ejemplo del jardín europeo. Sí, Europa es un jardín. Hemos construido un jardín. Todo funciona. Es la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad haya sido capaz de construir (…). El resto del mundo… no es exactamente un jardín. La mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla puede invadir el jardín. Los jardineros deben tener cuidado con eso, pero no protegerán el jardín construyendo muros. Un jardín pequeño y bonito rodeado de muros altos para evitar que la jungla entre no será la solución. Porque la jungla tiene una fuerte capacidad de crecimiento, y el muro no será nunca lo suficientemente alto para proteger el jardín. Los jardineros tienen que ir a la jungla. Los europeos tienen que implicarse mucho más en el resto del mundo. Si no, el resto del mundo nos invadirá, de diferentes maneras y con diferentes medios.

Creo que tiene razón Borrell, y mi primera sugerencia sería revisar el modelo de ayuda al desarrollo en lugares como África. Allí, Europa debe dejar de subsidiar el fracaso y buscar fórmulas para que la ayuda, que no necesariamente ha de ser en dinero, llegue a los africanos capaces y no a los regímenes que se posicionan sistemáticamente contra Occidente y empujan a las masas a emigrar, poniendo presión sobre el jardín.

Borrell tiene razón en que los muros no bastan para frenar la expansión de la vegetación a largo plazo. Pero para que Europa pueda ayudar a conrear otros jardines es fundamental que mantenga la maleza a raya en el suyo.

Ya que hablamos de botánica, traigo aquí una metáfora del experto israelí en seguridad y geopolítica Dan Schueftan, que compara al Estado judío con un cactus, duro por fuera y blando por dentro: implacable con sus enemigos pero compasivo y escrupulosamente tolerante con sus ciudadanos.

Podría servirle de inspiración a Europa.

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