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Carmelo Jordá

Violencia trans, violencia izquierdista

Los totalitarios están cómodamente instalados aquí, en Occidente, entre nosotros.

Los totalitarios están cómodamente instalados aquí, en Occidente, entre nosotros.
Irene Montero, en un acto público. | Cordon Press

Cuando una idea o una ideología tienen que imponerse por medio de la violencia –sea esta del tipo que sea–, eso nos da dos pistas fundamentales sobre ellas: que están equivocadas y que son muy malas.

Así ha sido en la historia y muy especialmente en la historia de los dos últimos siglos, cuando la promesa del paraíso dejó de ser religiosa, se tornó ‘científica’ y, con esa nueva legitimidad, se permitió ser mucho más brutal de lo que la religión había sido en sus peores momentos, ya prácticamente olvidados.

Es cierto que la modernidad nos ha librado casi completamente de esa brutalidad –al menos en Occidente, esa frase no puede escribirse en la China de Xi, la Rusia de Putin o el Irán de los ayatolas– pero en cambio la tentación totalitaria sigue gozando de una buena salud muy lamentable y no sólo en los regímenes despreciables del segundo y el tercer mundo, no: los totalitarios están cómodamente instalados aquí, en Occidente, entre nosotros.

Por supuesto, toda esa violencia –de acuerdo, no toda, voy a aceptar que sólo el 99%– llega desde la izquierda, pero hay que entenderlo: es su costumbre más o menos desde que alguien pensó que era una lástima desperdiciar las guillotinas dejándolas sólo como un artilugio para cortar puros. Una historia que no les avergüenza en absoluto: recuerden aquello de que "nuestros recortes serán con guillotina"; son así: ni pueden evitarlo ni realmente quieren.

Es más, si en algo son virtuosos es a la hora de encontrar nuevos motivos para la presión, la cancelación, la amenaza, para la violencia en suma. El último de la larga lista es lo trans, por llamarlo de alguna manera, la imposición a sangre y fuego de una ideología tan radical que no admite siquiera la discusión, que no tolera el enfrentamiento intelectual.

No voy a entrar en el daño irreversible que le están haciendo a cientos o miles de adolescentes confundidos a los que no tienen ningún problema en arruinar la vida, porque ellos no han venido aquí a preocuparse de las vidas de nadie; no voy a comentar lo que puede suponer para tantas mujeres el borrado práctico de su realidad, su diferencia y en muchos ámbitos sus derechos.

No, centrémonos sólo en lo que podríamos llamar daños colaterales, en lo que están haciendo ya para imponer lo que de otra forma no podría ser admitido: la cancelación a los que se atreven a explicar la realidad, las presiones a los profesionales, las amenazas en las que, de nuevo, les sale el orgullo por el pasado más violento y despreciable de la izquierda: "Tenéis regalo bajo el coche", le dicen a profesores de la Universidad Complutense, aquí, en Madrid, no en una sociedad empobrecida y violenta, al menos por ahora.

Hasta a la Inquisición reivindicaban los o las o les muy descerebrados, no es que no tengan el más mínimo pudor: es que lucen su totalitarismo con un desparpajo increíble.

Ya sé que lo que queda bien hoy en día es deeplyconcernearse por el avance de la extrema derecha, insultar a Vox y estar todos como muy compungidos porque Meloni haya ganado las elecciones en Italia, pero ni la casi inexistente extrema derecha, ni Meloni ni por supuesto Vox son los responsables de la pendiente por la que nos estamos deslizando y que nos lleva a un sitio muy feo y en el que, encima, ya hemos estado. Empieza a ser hora de preocuparse de verdad.

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