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Como una cabra derrochólica

El anunció del Ministerio de Transición Ecológica que nos acusa de "derrochólicos" ha sido el colmo.

El anunció del Ministerio de Transición Ecológica que nos acusa de "derrochólicos" ha sido el colmo.
La vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera. | EFE

Uno tiende a pensar que los dirigentes, sea el ámbito que sea, tienen un conocimiento superior de los problemas, un estudio más sistemático y continuo de su evolución, una conclusión más sólida sobre sus soluciones y una sensibilidad ética más acentuada para salvaguardar las libertades y la igualdad las oportunidades de los ciudadanos. Desde luego, lo que es indudable es que tienen más medios que los demás para conseguirlo, pero en las alturas, que tienen un mal irremediable por lo visto ("si quieres conocer a Fulanito, dale un mandito", se dice en Andalucía), lo que se adquiere, demostradamente, es una gran disposición para la crueldad –hacer sufrir a cantidades masivas de personas sin pestañear—, y una excepcional destreza para la mentira.

Es muy fácil poner ejemplos. Cuando Pedro Sánchez decide permitir que se incumplan la Constitución sobre el aprendizaje español en Cataluña, está torturando a la mitad de su población que lo tiene como lengua materna. Cuando en los presupuestos se benefician PNV, Bildu, ERC y demás sectas separatistas, se está sometiendo a un suplicio anual a quienes corresponden unos fondos que se desvían a quienes apoyan al gobierno. Cuando el gobierno decide que los asesinos de ETA aceleren su salida de las cárceles, está atentando contra el dolor y el honor de las víctimas. Por referirme en algo a Andalucía, podemos decir que cuando el PSOE andaluz colocó a dedo a miles de afines en la Administración andaluza, humilló a los funcionarios de carrera y a los empleados públicos por oposición y cercenó los derechos de quienes deseaban formar parte de la Función Pública pero no tuvieron oportunidad de presentarse a unas oposiciones. O las subvenciones a los amigos del caso ERE. Habrá quien tenga tiempo y posibles para hacer una lista larguísima.

Eso en cuanto a la crueldad, sí, crueldad, porque cuando una injusticia se perpetúa en los modos de operar en el tiempo, es crueldad, insensibilidad ante el padecimiento ajeno provocado a conciencia. Lo mismo vale para los demás partidos, instituciones, asociaciones o personas en su caso. Véase el PP cuando aceptó la ayuda política de Pujol en Madrid para servir en bandeja de plata la cabeza española de Cataluña, véase la dureza del corazón del PNV ante las víctimas de ETA o la impía negación de ciudadanía de los separatistas catalanes a media población.

Ya saben que se ha dicho, con toda la razón, que la mentira es la reina del mundo siendo como es la cara amarga de la libertad personal. Podemos mentir porque podemos elegir. Pero la mentira organizada, metamorfoseada en propaganda claroscura, tiránica, despótica y descarada creíamos que podía disiparse bastante con el fin de las dictaduras, del color que fuesen. Pero hete aquí que no, que las democracias se han convertido en auténticos estercoleros de la verdad. Que todos los partidos mienten, ocultan, tergiversan, amañan y falsifican, lo sabemos ya. Aún estamos esperando explicaciones veraces del caso Vox-Olona o de las enmerdadas negociaciones sobre el poder judicial. Clamorosas han sido las mentiras flagrantes de Pedro Sánchez, las morales de Pablo Iglesias, las de Rajoy y Soraya en Cataluña, las de Pablo Casado y su escudero respecto a Isabel Díaz Ayuso... En fin. Ya hemos visto de todo y hemos perdido la esperanza en que la verdad, ni la tuya ni mía, tenga la relevancia debida en las democracias vigentes, sobre todo en la española.

Pero hay una cosa que no habíamos apreciado tanto en este país hasta antes de ayer. Cuando a la mezcla de crueldad y mentira se une la evidencia de que en las alturas políticas hay quienes están como una cabra jarta de papeles en un garaje, que se decía en Jerez, tenemos ante nosotros la evidencia de un peligro cierto para la continuidad del buen sentido y las buenas costumbres, una de las cuales, por cierto, es sobrevivir.

El anunció del Ministerio de Transición Ecológica que nos acusa de "derrochólicos" ha sido el colmo. Los que derrochan nuestro dinero a espuertas en asesores, sectarismos, campañas y Falcons; los que derrochan nuestra paciencia con sus deformaciones de la Historia, de la fiscalidad, de la convivencia, del género y de la tolerancia; quienes derrochan el poco respeto que ya se le tiene a la justicia y quienes obligan a derrochar el sentido común de toda una Nación, nos llaman "derrochólicos" y nos retratan como gente que se pasea en calzoncillos por el piso con la calefacción encendida a todo gas. Con el Norte perdido y mal de la azotea, creerán simbólico, parabólico, diabólico, tal vez católico o apostólico su infame palabrón porque pretenden que nuestro presunto despilfarro energético se vincule a una adicción enfermiza.

En este Consejo de Ministros, además de gente cruel y mentirosa, hay quien está como una cabra, cabro o cabre, todos derrochólicos. No hay cuerpo que lo resista. Por favor, elecciones.

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