
La 1 quiso contraprogramar ayer, calamitoso Día de la Constitución, a La 2. A las cuatro de la tarde, buena hora para la siesta. El enemigo en casa: pasamos del trankimazin al diazepam en el propio ente público. De los leones de la sabana a la España de un Luis Enrique que ya veremos cuánto dura en el convento. De la babosa ninja de Borneo, el demonio de Tasmania o el manatí a los Pedri, Ferran Torres y Dani Olmo… ¡qué manía con enchufarnos bodrios infames!
Si unos aburren y te arrojan a los brazos de Morfeo, los otros te instalan allí per secula seculorum. La tanda de penaltis, siempre emocionante, nos desperezó y devolvió a la cruda realidad: España está eliminada del Mundial…. ¡por Marruecos!
Pero la culpa no fue de RTVE —por una vez no responsabilizaremos a Sánchez de todos los males, aunque el diablo se vista de Prada—, sino de este seleccionador tan arrogante que tenemos, portavoz balompédico de un país que urge de una alegría como el comer, pues lo de Sudáfrica, doce años ha, suena ya a Pleistoceno. España aburrió a España y fue la España de hace varias décadas, la que siempre caía en cuartos. Esta vez, peor aún. Volvemos a las gachas después de probar el caviar durante tanto tiempo, y ahora la dispepsia acusa.
El responsable, insisto, es Lucho, que ya empezó a pinchar en hueso el 11-N, cuando dio la lista para Qatar: Koke, Hugo Guillamón, Eric García, Ansu Fati, Ferran Torres —el yernísimo, faltaría más—… jugadores que en muchos casos han llegado al Mundial muy justos, si es que acaso han jugado en sus clubes, y luego, a la hora de la verdad, apenas han tenido protagonismo en el verde qatarí. De los ocho delanteros, un solo nueve —que realmente tampoco es tal— como Álvaro Morata, y algunos futbolistas actuando en posiciones a la que para nada están acostumbrados, como es el caso de un Rodri que actuó de central cuando en el Manchester City es mediocentro sin discusión alguna.
¡Cuánto desperdicio! Una boutade tras otra. Así le han ido a Luis Enrique y a España. Así nos ha ido a todos, que tantas esperanzas —algunos más que otros— teníamos puestas en este Mundial. Pero los nuestros se vuelven a casa con el rabo entre las piernas. El 7-0 a Costa Rica no fue más que un espejismo en el desierto de los petrodólares. Ayer, ante los vecinos marroquíes, 1.019 pases… ¡y un solo tiro a puerta! De vergüenza.
Para mayor desdoro, el todavía seleccionador se despidió entre sospechosas carantoñas a Bono, el portero de Marruecos —con un simple apretón de manos, más que suficiente—, y varios desdenes con los periodistas, a los que trata con un desprecio permanente. "¿Viste el partido o estabas de espaldas al campo?". Por no hablar cuando le preguntan por su futuro: "Tengo más salidas que el metro". Más chulo que un chotis, la vanidad como santo y seña en una secta, dizque selección, donde el de Gijón es el líder supremo, no se atreva nadie a toserle.
Al cabo, una selección traspuesta —gracias a Carlos Cuesta por la idea del titular, que ya sabemos que de bien nacido...—, y también trasnochada, pese a la juventud de sus estrellas emergentes. Esto urge de un cambio. Hoy no, ayer. Señor Rubiales: déjese de salobreñadas varias y póngase al turrón, que la Navidad está a la vuelta de la esquina.
