
En la primera página del Libro Gordo de Petete de la socialdemocracia figura escrito, y con grandes letras de oro además, que los impuestos indirectos son siempre regresivos, toda vez que tratan como si fuesen iguales a quienes a todas luces no son iguales, mientras que los directos constituyen un instrumento de justicia social apreciable, ya que gravan de modo muy diferente a las personas en función de sus también muy dispares niveles de renta y riqueza. De ahí que resulte tan difícil, desde una perspectiva de izquierda, se entiende, lograr descifrar la lógica que se esconde tras medidas como esa última que acaba de adoptar el Gobierno, la consistente a renunciar de grado a la integridad de los importantes ingresos fiscales que obtenía el Estado a través del IVA soportado por el precio de los alimentos básicos.
Sinceramente, no sé cómo se le puede explicar a un militante de izquierdas que exonerar a Ana Patricia Botín del quebranto que para ella suponía la tributación de su cesta de la compra forma parte irrenunciable de algo que tiene que ver con una concepción progresista y alternativa de la gestión pública. Confieso que yo no me vería capaz de hacerlo. Será, tal vez, porque estudié esas cosas de la izquierda por el plan antiguo. El universalismo en el alcance de las políticas sociales puede justificarse de mil maneras, cierto. Pero esas mil maneras serán todas ellas necesariamente políticas, y ajenas en consecuencia a la eficacia, medida siempre en términos de equidad, de su puesta en marcha.
A fin de cuentas, subvencionar con 20 céntimos por litro toda la gasolina que queman los Ferrari de Marbella a la salida de las discotecas, igual que hacer desaparecer la anotación del IVA en los tickets de caja de supermercados del barrio de Pedralbes de Barcelona, dos cosas que ha hecho el Gobierno presuntamente más a la izquierda de la historia de la democracia española, alegres y generosas dádivas para quienes no las necesitan, es una forma como otra cualquiera de incrementar la deuda pública con cargo a los de abajo. Extraño progresismo, sí. Extrañísimo.
