
Pedro Sánchez compareció ante los españoles para hablar de su paquete de ayudas, el tercero en lo que va de legislatura, como una especie de regalo para alegrar la festividad del solsticio invernal a sus súbditos, porque el tipo ya nos considera así. Tres decretos de ayudas económicas directas a familias e individuos concedidas por el Gobierno, para poder sobrevivir en la situación económica provocada por el Gobierno, es una hazaña que solo está al alcance de los socialistas cuando gobiernan con comunistas. Cuando lo hacen en solitario la sociedad sobrevive, pero el factor marxista desencadena procesos de depauperación colectiva perfectos para justificar este reparto directo de dinero público, una operación de claros tintes peronistas que Sánchez ha trasladado al mismo corazón de la UE.
Sánchez y su Gobierno han hecho su particular análisis marxista y han determinado que deben actuar en la superestructura del subsidio para superar las contradicciones del voto de los pobres a los partidos de derecha. El resultado es sencillo: a esta gentuza hay que darle dinero para que sepa a quién tiene que votar. En ello están.
No seremos nosotros quienes nos quejemos de las bajadas de impuestos, aunque sirvan para hacer el mal como ocurre siempre con Sánchez. Bien está aliviar la cuenta del supermercado eliminando la parte que el Gobierno se queda con cada compra familiar. Otra cosa es saber cómo piensa el Gobierno recuperar el dinero que va a dejar de percibir con la supresión del IVA de los alimentos de primera necesidad, porque esta gente no perdona ni un euro a los contribuyentes y deben tener ya perfectamente planeado cómo compensar esa pérdida saliendo, además, beneficiados.
No está claro, no obstante, que estos subsidios vayan a desencadenar una ola de fervor sanchista en la sociedad. En primer lugar, las ayudas económicas directas van a llegar a personas que ya votan mayoritariamente a partidos de izquierda. A esos hay que descontarles los votantes que ya trincan un subsidio o el famoso Ingreso Mínimo Vital, lo que les inhabilita para hacerse también con el aguinaldo de 200 pichurris anunciado por Sánchez. Por otra parte, este programa de ayudas directas va a servir, fundamentalmente, para dirimir la primacía de los partidos de izquierdas en el apoyo a los de abajo, por utilizar la escatología perroflautil. ¿A quién tiene que agradecerle la gente este aguinaldo? ¿A Sánchez o a Yolanda Díaz? O igual tienen que poner una vela a Echenique, que anda enfebrecido en las redes sociales atribuyéndose la autoría del soborno en solitario.
Pero no parece que este nuevo chantaje presupuestario vaya a suponer un vuelco electoral el año próximo, porque con los dos paquetes de ayudas anteriores el sanchismo se ha pegado en las urnas trompazos grandiosos. Pero la intención es esa, claro, de eso no cabe dudar. Ahora falta ver la apuesta de Feijóo, que ya debe estar preparando su contrapaquete de medidas en las comunidades autónomas donde gobierna. ¿Y todo esto quién lo paga?, se preguntaba aquél. Pues quién va ser, usted y yo.
