De niños nos enseñaron a no comer cochinadas del suelo. Especialmente aquellas que tenían patitas. Según el Gobierno, también en eso mis padres estaban equivocados. Bruselas acaba de aprobar la harina de grillo para consumo humano, y tal y como están las cosas, casi hemos de consolarnos de que no haya sido la harina humana para consumo de los grillos.
A la hora en que escribo esto, millones de grillos están siendo introducidos en cámaras frigoríficas, donde morirán congelados entre gritos y estertores, antes de ser triturados para ser destinados al consumo humano, sin que los animalistas y los rojiverdes de Bruselas muevan un dedo. No harán más "cri, cri" en el campo, ni teñirán con sus tonos azabaches las verdes hierbas, ni volverán a ser el ángel guardián de la familia Peerybingle en la novela de Dickens. La UE ha decretado su muerte, y luzco desde ayer en la solapa un grillo plateado con un crespón negro en memoria de tan simpático bichito, condenado al martirio por los ambientalistas y otros amigos de los animales, pero no de todos.
El sufrimiento de los grillos es menos importante que el de las vacas. Se espera que, con esta autorización, cualquiera que fabrique pasta, pizza, chocolates, galletas, y cosas así pueda rellenar sus productos con las proteínas de bicho sin que el consumidor se entere, a menos que pierda el tiempo en leer hasta la última letra pequeña del producto y sepa latín. El Gobierno ha dado su entusiasta visto bueno. Se recomienda a los fabricantes que indiquen en sus envases con claridad que el consumidor va a comer grillo, pero no se obliga. Traduzco: no se recomienda.
Nadie parece alarmarse porque nos hagan comer grillos. Tampoco porque la UE haya hecho lo propio en los últimos meses con larvas, escarabajos, y gusanos y con un tipo particularmente repugnante de saltamontes, todos ellos ahora considerados "nuevos alimentos". Al final el lema de la agenda 2030 era peor: "Comerás grillos y serás feliz". Cada día está más claro que, o acabamos con ese plan satánico de la ONU o ella acabará con nosotros; urge, para empezar, que los tontos útiles de siempre del PP dejen de hacerse el progre, se quiten ese bochornoso pin de la solapa, y lo tiren por el váter. Y luego que vayan al Parlamento Europeo a preguntar quién se está forrando con lo de los grillos, porque ya sabes que nada de lo que supuestamente salva el planeta sale adelante si no hay comisión por medio.
La prensa progresista, que es la de izquierdas y casi toda la de derechas, lleva meses preparando el terreno en sus secciones dedicadas a ecología, cambio climático, salud y bienestar, en las que el último periodista de derechas que asomó en España debió ser Foxá describiendo el clima y paisaje finés el siglo pasado. En medio de esa plaga de noticias explicativas para tontos que tanto gusta hoy, El País titulaba hace meses "Por qué en los próximos años vamos a acabar comiendo insectos en España", que uno al leerlo, con ese tono condescendiente de periodista del establishment progre, se reserva el derecho a responder: lo acabarás comiendo tú, so guarro.
No es consuelo pensar que el kilo de harina de trigo hoy cuesta unos 0,70 céntimos, mientras que el de harina de grillo ronda los 7 euros en esas tiendas bio en las que compran los ricos que lavan su mala conciencia por el uso de aviones privados comiendo "huevos de gallinas de felices" y cosas así. No es consuelo porque lo que pretende la UE es normalizar varios bichos como sustitutos de nuestra agricultura y ganadería, de modo que encontrarán la forma de alterar su precio hasta que salga más rentable a los fabricantes, y entonces solo nos dejarán una salida: volver a la tienda de barrio, a los huevos, verduras y frutas del pueblo, a los bizcochos cocinados en casa, y a la mermelada de la tía Enriqueta.
Entretanto, varios países europeos acogen planes de formación teórica y práctica en las escuelas, en las que activistas informan a los niños sobre los beneficios del grillo o los gusanos de la harina. La parte teórica es que te lo cuentan y te mueres de asco. La parte práctica es que un activista te obliga a comerte un maldito grillo y vomitas. Si en mis tiempos llega a pasar algo así, los chicos de mi clase no solo no nos habríamos comido el grillo, sino que nos habríamos comido al activista.
En resumidas cuentas, allá cada uno con dónde decide hincar el diente, pero en lo que a mí respeta, esta es una de las pocas cosas que puedo prometer en mi vida: si la supervivencia del planeta depende de que deje de comer carne y pescado, y me ponga a mordisquear gusanos disecados, escarabajos, y grillos, puedes tener la absoluta seguridad de que La Tierra se irá al infierno. Y si es hoy, mejor que mañana.

