
En el matrix de Sánchez ocupa millones de gigabytes la imagen de que la derecha española es la más ultra y cavernícola de Europa. De ahí que con frecuencia el presidente lamente la suerte de los socialistas españoles, obligados a bregar con semejante ganado. La consecuencia inmediata es que con esta derecha, los socialistas responsables deben hacer lo imposible para evitar la alternancia y asumir el sacrificio de gobernar siempre ellos. Pero los españoles estamos de suerte. Como Dios aprieta, pero no ahoga, hemos sido bendecidos con uno de los pocos partidos socialistas que ha sabido sobrevivir sano y fuerte a la ola de populismo, a diferencia de lo que les ha ocurrido a otros socialistas en Francia, en Italia y en Grecia. Gracias a Sánchez, la democracia española está a salvo.
El problema que tiene esta realidad virtual es que, para tragársela, no basta la colaboración de los medios, que con eso ya cuenta Sánchez. Necesita también la complicidad de Europa, que tiene que ratificar esta visión maniquea. Nuestro presidente tiene ganada para su causa a Ursula von der Leyen, que parece que se va a disolver en almíbar cuando le ve venir con sus andares de cowboy de medianoche por los pasillos del Justus Lipsius. Puede igualmente dar por hecha la indiferencia de Charles Michel, que no es el más espabilado de su clase. Pero el comisario de Justicia, Didier Reynders, lo tiene calado desde hace unos meses y no le quita los ojos de encima. Por añadidura, en el debate en la Eurocámara sobre la calidad de la democracia española, un tal Jeroen Lenaers, del grupo popular, insigne representante pues de esa derecha europea que tanto echa de menos Sánchez, denunció el miércoles: una tendencia preocupante de acciones por parte del Gobierno español que están socavando el Estado de derecho. La injerencia del Gobierno pone en grave peligro la independencia judicial; eso incluye intentos de politizar el Tribunal Constitucional. Los socialistas deben dejar de aplicar dobles raseros en relación con el Estado de derecho y el Ejecutivo debe tomar medidas de inmediato para detener la influencia indebida del (sic. —debe de decir "en el"—) judicial.
El estilo no es muy contundente, pero el fondo es inequívoco.
Al día siguiente, en la misma Eurocámara, los socialistas españoles se han separado de la disciplina de voto de los demás socialistas europeos y han votado en contra de una resolución que condenaba, sin consecuencia práctica alguna, el trato que los derechos humanos disfrutan en el reino de Marruecos. El momento para retratarse como lobistas de Mohamed VI es especialmente peliagudo porque todavía está reciente el descubrimiento de una trama corrupta de eurodiputados socialistas que cobraban de Qatar, y al parecer también de Marruecos, a cambio de defender las bondades de sus regímenes. No se sabe todavía que en la trama haya ningún socialista español, pero no está descartado que lo haya, a la vista de cómo han preferido quedar en evidencia y votar a favor del reino alauí en contra de su propio grupo. Hay que ver la suerte que tenemos los españoles de tener unos socialistas tan europeos.
