Menú
Miguel del Pino

Aquel niño ucraniano

Recuerdo de un profesor a un pequeño héroe

Recuerdo de un profesor a un pequeño héroe
Dos niños en un parque de una zona a las afueras de Kiev. | EFE

Cuando los que hemos sido profesores durante muchos años recordamos con los amigos algunas anécdotas vividas durante nuestros años de docencia, es frecuente que nos digan aquello de… "deberías escribir un libro".

Algunos lo han hecho, y con bastante éxito editorial en no pocas ocasiones, pero en este caso no se trata del recuerdo de largas batallas frente a la pizarra o el microscopio, sino de una reflexión en torno a algo que me impresionó profundamente y que, en las circunstancias que vivimos, resulta especialmente significativo.

Tras varios años de experiencia como profesor universitario en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense, y como profesor de Biología en la enseñanza privada, canalicé mi vocación mediante el ingreso por oposición en el cuerpo de Catedráticos de Instituto, ejerciendo como tal durante treinta años, hasta mi jubilación, en el Instituto de Enseñanza Secundaria Eijo y Garay de Madrid. Hoy es tiempo de recuerdos y grandes satisfacciones por el mantenimiento de entrañable amistad de muchos alumnos que hoy están ya al borde de la jubilación.

Ante las dolorosas heridas que sufre hoy Europa, como la terrible invasión de Rusia a Ucrania en intento de reconstrucción de una nueva Unión Soviética por parte de Putin, viene a mi memoria algo que no puedo por menos de calificar como acto de heroísmo, protagonizado por un niño ucraniano hace ya muchos años, en tiempos de la cicatrización de la invasión rusa a la Península de Crimea.

Por circunstancias derivadas de la necesidad de adaptar a niños extranjeros, ucranianos entre ellos, que trataban de encontrar una nueva vida en España, comenzando por enseñarles nuestro idioma antes de que se incorporaran a los programas oficiales comunes, se formaron en nuestro Instituto algunos grupos especiales integrados por alumnado de otros países, Ucrania entre ellos.

Un día de aquel curso académico, en medio de la sesión escolar de la mañana, me llama la atención un niño rubio, sin duda embrión de un gran atleta, muy guapo, con un pie descalzo que daba paso a un tobillo inflamado y una expresión doliente: literalmente se tragaba las lágrimas.

Así, "a pata coja", descendía las escaleras de la entrada del Instituto y se disponía a salir a la calle. Como es natural interrumpo su camino y le pregunto qué le ocurre. Resumiendo: me dice que se ha torcido el pie y que le han autorizado a llamar a su familia para que le recoja y marchar a casa o al médico.

La timidez o el sentido de la dignidad del muchachito le impiden confesar que su madre trabaja de sol a sol y que su tía "tiene bebé" y nadie puede ayudarla a cuidarlo, de manera que toma sin la menor duda el único camino que cree posible: volver a casa andando sobre un solo pie, eso sí, aguantando el dolor y soportando la inclemencia como sin duda está acostumbrado a hacer.

Tan admirado como horrorizado me ofrezco a llevarle a su casa en mi coche, que tengo aparcado en la puerta del Instituto. Accede con exquisita educación e iniciamos el camino convencido por mi parte de que se tratará de poco más que recorrer un par de manzanas.

Nada más lejos de la realidad. La casa del niño estaba a ¡siete kilómetros de distancia! Lo que no suponía obstáculo para su abnegación y su valentía.

Renuncio a relatar la divertidísima conversación con la que intenté quitar dramatismo al trayecto. Me dijo que era natural de Kiev, y asintió cuando pronostiqué que "sería del Dinamo", aunque con la salvedad de que en nuestra ciudad, solo mientras viviera en España, "se había pasado al Real Madrid". Se trataba de un verdadero niño con toda la inocencia propia de su edad, aunque envuelto en la piel de un héroe.

No dejo de recordar a aquel niño ucraniano cuando asisto admirado a la resistencia de su pueblo ante los invasores: sin duda pertenece a la misma estirpe de aquellos héroes y se ha formado en la misma fragua. Me pregunto qué será de él, Dios quiera que su devenir como hombre haya sido tan afortunado como merecía su valor en la infancia.

La llamada "pintoresca y vieja Europa" es hoy una complejísima e inútil estructura de "bombilla fundida", como decía un compañero, profesor de física: tan compleja y costosa como inútil a poco que su interior se deteriore.

Cuántas dudas y reflexiones a la hora de ayudar a Ucrania atenazan a quienes dicen constituir una unión, los cobardes y los tímidos se imponen a las voces de los justos que claman por el respeto al orden jurídico y el rechazo a los ataques contra las integridades territoriales de los distintos países soberanos.

No hablemos siquiera de quienes, cual lobo que saca la patita teñida de "blanco cabritilla" para engañar a los corderitos —valga la metáfora del cuento infantil—, exclaman melifluos que, contra la agresión invasora de la patria de los vecinos, la solución pasa por el diálogo, sin ofrecerse ellos por supuesto a actuar como negociadores allá en primera línea de fuego.

Contra la cobardía colectiva y multinacional los ejemplos heroicos constituyen una verdadera vacuna, aunque quien la inocule sea "nada menos que todo un niño", como aquel muchacho ucraniano que se había torcido el pie, pero nunca el ánimo.

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.

Temas

En Tecnociencia

    0
    comentarios