
Como siempre que trasciende alguna tangana interna entre los socios de la coalición, en las derechas ha vuelto a tomar cuerpo la recurrente fantasía de una inmediata ruptura entre el PSOE y lo que aún queda en pie de Podemos. Ilusión, esa, que no posee anclaje ninguno en la realidad. Porque la joint venture entre los anodinos socialdemócratas de Ferraz y esa efímera sopa menestra de radicalidades tardojuveniles no se va a finiquitar antes de que el presidente anuncie su decisión de disolver las Cámaras. Podemos va a seguir en el Ejecutivo hasta el final, un afán que ellos no ocultan y que el PSOE tampoco concede diluir en borrajas.
Vista desde la grada, ahí donde la contemplan los aficionados y la claque, la política parece solo un asunto de verborrea ubicua y ruido permanente; pero contemplada en la sala de máquinas, esa trastienda silente a la que no llega el alboroto de la calle, se convierte en una fría cuestión de números. Y lo que les dicen los números a los estrategas de Ferraz es que resulta más rentable mantener a Podemos dentro y meando hacia fuera que fuera y meando hacia dentro. En asépticos términos algebraicos, conservar a diletantes al estilo Pam en el Consejo de Ministros y sus alrededores puede costarle al PSOE entre un 5 y un 7% de su clientela, que es el público objetivo de casi todos los mensajes electorales que lanza Feijóo.
Pero es que echarlos ahora supondría el estallido inmediato de una guerra civil a tres bandas en lo que fuera en su momento el espacio de Pablo Iglesias y su gente. Podemos, Izquierda Unida y lo de Yolanda, tirándole a diario los trastos a la cabeza en todas las cadenas de televisión y radio, que es lo que ocurriría, solo iba a garantizar una cosa: la definitiva extinción parlamentaria de cualquier sigla a la izquierda de los socialistas. Y que no ocurra eso vale mucho más que un 5% y que un 7%. Vale mucho más porque vale la Moncloa. Dejad de soñar despiertos: no los echarán.
