Los problemas empezaron cuando sobre los vecinos del barrio cayó la desgracia de que el Ayuntamiento decidiera construir una plaza ajardinada en los antiguos solares que habían ocupado los viejos edificios en ruinas que acababan de ser demolidos por la piqueta municipal. La última vez que el Pozo de la Vergüenza (el Forat de la Vergonya) —nombre popular por el que ese lugar es conocido en Barcelona— volvió a hacer acto de presencia en las planas de sucesos de la prensa local fue el pasado 24 de febrero. Ese día, dos personas resultaron heridas graves de bala cuando un individuo comenzó a disparar contra una docena de jóvenes que lo perseguían por motivos aún ignotos.
Pocas semanas antes, un marroquí llamado Addelsamad había muerto apuñalado en el mismo sitio. Algo rutinariamente frecuente, los apuñalamientos, en el Agujero de la Vergüenza. Igual que tampoco resultan nada infrecuentes allí las batallas campales entre las distintas bandas organizadas de traficantes de drogas pakistaníes que se disputan el control de la plaza. Unos enfrentamientos territoriales que se suelen resolver con el auxilio de machetes, barras de hierro y cuchillos de cocina. A plena luz del día, huelga decir. Pero el Ayuntamiento no se ha quedado cruzado de brazos ante tal estado de cosas.
Así, acaba de aprobar un plan de acción urgente para la zona, plan del que procedo a extractar los aspectos fundamentales. El objetivo declarado es la "potenciación" de la plaza como "espacio de cultura, relación y estancia donde desplegar los valores de la vida comunitaria y vecinal". Propósito que el Ayuntamiento prevé alcanzar a través de la "mediación"; en concreto, con "intervenciones presenciales en el espacio público que ayuden a establecer relación con todos los agentes que hacen uso de la plaza". Ello, aclara la autoridad competente, con el propósito de "evitar usos excluyentes". De más policías, ni una línea. El presupuesto del plan se ha cuantificado en 48.020,77 euros, que saldrán de mis impuestos. Ada en estado puro.