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Cristina Losada

La moción Asimov

A quienes tiene que convencer Sánchez de que España es una democracia plena —y no una continuación del franquismo— es a sus socios y aliados.

A quienes tiene que convencer Sánchez de que España es una democracia plena —y no una continuación del franquismo— es a sus socios y aliados.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, asiste este martes en el Congreso de los Diputados al debate de la moción de censura. | EFE

Si Vox ha ganado algún voto con esta moción de censura, yo no lo sé, pero tengo claro que el Gobierno no ha ganado ninguno. Esto no lo puedo demostrar. Pero tampoco puede demostrar el Gobierno lo que ha dicho de que sale fortalecido y vitaminado, tras exhibir la unidad que no tiene. Huelga decir que hay una diferencia entre los dos indemostrables. Yo no puedo llamar al director del CIS para que haga un barómetro que demuestre que tengo razón, mientras que el Gobierno sí puede. Además, cree en ello. Cree que basta con proclamar el triunfo para tenerlo y que de autobombo en autobombo se llega a la victoria. Pocos habrán tenido tanta fe en la influencia de la palabra, una fe tanto más extraña si se mira la calidad de la palabra gubernamental.

El uso de la palabra permitió ver algo, en todo caso. Lo primero que se vio, como bien denunció el candidato, fue el uso desmedido que hicieron de ella el presidente Sánchez y la vicepresidenta Díaz. Para no decir nada relevante. Rayó el asunto en filibusterismo parlamentario. Pero Díaz iba a lanzar la suma y Sánchez a evitar la resta, con lo que todo va quedando en un juego de suma cero, con permiso de Errejón. El tono osciló entre la condescendencia y la autocomplacencia. Tanta defensa de la labor del Gobierno mostró que está a la defensiva. Tanto recargaron el retablo de maravillas, que cualquier parecido con la realidad era pura coincidencia. Hicieron de la Cámara una cámara de eco. Pero ninguno de los sonidos que allí rebotaron hablaba de renovación. Su verborrea, más que agotadora, fue síntoma de agotamiento. Harían bien en aceptar la moción Asimov que presentó Tamames en pro de la síntesis.

La sesión compuso un retrato de la alianza Frankenstein. Poco favorecedor, sí, pero es lo que ocurre cuando salen al natural. Los socios y aliados quisieron dar lecciones sobre una Transición que desconocen y rechazan y una Constitución que aborrecen a una nación que quieren romper. Se dibujó claramente el campo de juego: todos los que apoyan al Gobierno tienen como enemigo a batir a la democracia que llaman, peyorativamente, "régimen del 78". Si el PSOE está con ellos —y depende de ellos— está en ese campo también. No lo negó ni los negó. Cuando Sánchez, al final, salió a defender que España era una "democracia plena" y no el país apocalíptico que, según dijo, dibujan las derechas, se equivocó de interlocutor. A quienes tiene que convencer Sánchez de que España es una democracia plena —y no una continuación del franquismo— es a sus socios y aliados.

Como para darles la razón en eso de que Franco vive, el portavoz López se puso a dar lecciones de antifranquismo a Tamames. ¡A Tamames, que estuvo allí! Y en la cárcel. Tuvo suerte López de que el candidato no le sacara lo de los cuarenta años de vacaciones. Aunque hubiera dado igual. Los de la mayoría de investidura no saben nada del antifranquismo ni del franquismo, nada de la Transición, nada de lo que ha ocurrido antes de esta legislatura en la que están, nada de la historia política de su país. Claro que muchos tampoco lo aceptan como suyo. Se encontraron dos mundos políticos distintos, el mundo del que viene Tamames, y el mundo en el que están los podemitas, los cuperos, los de Bildu y el resto, y se vio que el esperpento eran ellos.

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