
No puede resultar extraño que el gobierno de una nación pueda estar en manos de ignorantes; nada hay en contra de ello, si se cuenta con votos suficientes.
A pesar de ello, aunque la mayoría de los miembros del Gobierno adolezcan de una ignorancia supina, algún límite debería ser exigible para ésta, por los efectos adversos que tiene. Los ejemplos son muy variados.
La última ocurrencia, escándalo para juristas, es promulgar una ley para otorgar Derechos Humanos a los simios.
¿Derechos Humanos, todos? No olviden que los Derechos Humanos forman un conjunto armónico, de validez universal, y de imposible fraccionamiento. ¿Tendrán los simios derecho a un trabajo y a un salario dignos? Me produce rubor seguir por este camino que parece una burla a la razón, a la historia y a la tradición jurídica.
Una cosa es que los humanos tengamos la obligación de respetar al mundo creado, también a los simios, y otra que los simios tengan derechos. No pueden tener derechos, por la misma razón que no tienen obligaciones. El hombre tiene derechos y obligaciones: son anverso y reverso de la misma moneda.
Además, ¿quién puede conceder Derechos Humanos? Al hombre, sus Derechos, no los ha concedido autoridad mortal alguna; son inherentes a su dignidad inalienable. No; tampoco las Naciones Unidas –Declaración Universal de Derechos Humanos, 10 diciembre 1948– que, en su texto, no menciona concesión, sino respeto universal y efectivo de los derechos y libertades fundamentales del hombre.
Los Derechos Humanos son inherentes al hombre, por haber sido creado a imagen de Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra…" [Génesis 1 26-27]. ¿Pretende el presidente Sánchez emular o sustituir a Dios?
Ya ocurrió que leyes del gobernante se oponían a leyes de Dios. En Sófocles (491-406 a.C.) destaca el diálogo entre Antígona –que había enterrado a su hermano– y Creonte –Rey de Tebas, que había prohibido tal entierro–: al preguntar éste a aquella, "¿te atreviste a transgredir estas leyes?", ella exclamó: "No fue Zeus… el que decretó esto, ni la Justicia, que cohabita con las divinidades… No pensaba yo que tus proclamas… siendo mortal, pudieran pasar por encima de las leyes no escritas y firmes de los dioses…" [Antígona, núms.margs.449-459]. Aunque, dictadores y autócratas, suelen desconocer a Sófocles.
También Cicerón (106-43 a. C.) afirma: "La verdadera ley es una recta razón, congruente con la naturaleza, general para todos, constante, perdurable, que impulsa con sus preceptos a cumplir el deber, y aparta del mal con sus prohibiciones…" [De Republica, III, 22].
Algo que, desde la Escolástica, llamamos ley natural que, para Santo Tomás de Aquino, es "la participación de la ley eterna en la criatura racional" [S.T. 1ª 2e, q.91, a.2]. Habiendo dicho San Agustín (354-430) que, ley eterna es "la razón divina o voluntad de Dios, que manda conservar el orden natural y prohíbe perturbarlo" [Contra Faustum, XXII, 27].
¡Gobiernen y no entren en terrenos desconocidos! Como máximo, expliquen a Xi lo de los Derechos Humanos, de personas, claro.