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Pablo está muerto

Si Podemos constituye poco más que una procesión laica de nazarenos mendicantes es porque a Pablo se le ocurrió tomarse en serio el relato.

Si Podemos constituye poco más que una procesión laica de nazarenos mendicantes es porque a Pablo se le ocurrió tomarse en serio el relato.
Pablo Iglesias. | Europa Press

Hay dos tipos de analistas políticos: los que creemos que la realidad existe, una minoría menguante, y los convencidos de que lo único que existe ya es el relato. Así, para la mayoría relatista, toda la historia del proceso de auge y caída de Podemos, por ejemplo, se puede explicar apelando a argumentos que se circunscriben en última instancia al acierto o a la torpeza de Pablo Iglesias Turrion en el manejo de las estrategias de comunicación, en su mayor o menor pericia en cuanto al uso instrumental de los mass media para ponerlos al servicio de sus intereses particulares.

Y es que, a ojos de los relatistas, la política y el arte de comunicar resultan ser en esencia lo mismo. Si Yolanda comunica mejor que Pablo, gana Yolanda; pero si Pablo hace llegar el mensaje mejor que Yolanda, el que gana es él. Desde esa perspectiva, todo en política empieza y acaba en los universos paralelos que se construyen dentro de las mentes de los electores a través de ficciones narrativas interesadas, de imposturas literarias por entero desconectadas de la experiencia vital cotidiana de las personas. Tan poderosa resulta en estos tiempos líquidos la corriente relatista que el propio Iglesias se la acabó creyendo; de ahí que ocupe la mayor parte de sus horas de vigilia dentro de un estudio de televisión, no en la sede de su partido.

Pero como sabemos bien los lectores devotos del Doctor Samuel Johnson, la maldita realidad, por mucho que se empeñen en querer ningunearla, todavía existe. Si Podemos constituye a estas horas poco más que una procesión laica de nazarenos mendicantes, esa que suplica árnica en las listas de Sumar, es solo porque a Pablo se le ocurrió tomarse en serio el relato. Y en el relato se decía que el 15-M había representado un multitudinario movimiento antisistema, algo revolucionario en potencia. Pero, como suele ocurrir, el relato y la siempre prosaica realidad iban por caminos distintos. Los cinco millones que una vez votaron Podemos no querían ni la revolución ni acabar con el sistema; Pablo sí, pero ellos no. Lo que querían aquellos cinco millones de cabreados era un empleo decente y poder ahorrar algo para dar la entrada de un pisito. Ansiaban una vida como la de sus padres, no como la de Lenin. Justo lo que ahora les promete Yolanda al meloso modo. Pablo está muerto.

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