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Jaime de Berenguer

En guerra contra la educación

La izquierda pretende cambiar la educación tal y como la conocemos sin consenso, disfrazando los cambios como política social y "nuevos derechos".

La izquierda pretende cambiar la educación tal y como la conocemos sin consenso, disfrazando los cambios como política social y "nuevos derechos".
Pilar Alegría, ministra de Educación. | EFE

Durante la legislatura que acaba en la Comunidad de Madrid he tenido la oportunidad de escuchar las propuestas sobre educación de los distintos grupos políticos. Lógicamente, algunas me han gustado y otras no, pero tomadas en conjunto las propuestas de la izquierda me han resultado alarmantes. Algunas de ellas seguro que son conocidas por ustedes como el adoctrinamiento de nuestros hijos a través de los currículos, pasar de curso sin conocer la materia, proyectar en los libros de texto obsesiones políticas e ideológicas sin base científica alguna, desincentivar los valores de esfuerzo y mérito mientras se sume a los chicos en el aturdimiento anímico del relativismo, o eliminar los exámenes para que nadie se frustre, entre otros disparates. Todas estas políticas ya están implementadas por imposición del gobierno de Pedro Sánchez y son socialmente suicidas al poner a nuestros hijos en una situación de inferioridad formativa, por tanto intelectual, frente a los jóvenes de otros países. Así, mientras los nuestros se dedican a estudiar materias donde lo sustantivo y lo adjetivo trasmutan su importancia, por ejemplo, lo importante de las matemáticas es la perspectiva de género, y se aligera el temario porque según la ministra de Educación, Pilar Alegría, la inteligencia artificial hace innecesario el conocimiento de contenidos, en otros países se preparan de manera concienzuda para competir en un mercado global.

Si bien todo esto les sonará, la izquierda tiene también una agenda oculta que seguro ustedes desconocen pero que está ahí y es importante que conozcan por la carga de profundidad que supondrían si llegasen al poder en Madrid. Medidas que inciden en la colectivización y la eliminación de los derechos individuales, en definitiva, en la imposición frente a la capacidad de elegir.

La izquierda pretende cambiar la educación tal y como la conocemos sin consenso, disfrazando los cambios como política social y "nuevos derechos", por la puerta de atrás, como siempre. Medidas que pretenden convertir el sistema educativo madrileño en algo que no es, acabando por decreto o por inanición con la educación especial, con la concertada, eliminando las becas que ellos llaman falsamente "cayetanas" pero que están permitiendo a muchas familias y jóvenes elegir dónde y qué quieren estudiar. Atacando la educación privada, donde todo pase a ser público por obligación y cualquier iniciativa que no sea la del Estado, o sea ellos, o bien sea proscrita, o bien residual y de acceso solo a algunas élites, normalmente sus propios hijos en lugar de los de todos. Y lo más peligroso, pretenden cambiar la relación entre el Estado y sus ciudadanos a través de la redefinición de responsabilidades y funciones sobre nuestros hijos.

Son hábiles, son sutiles, y saben que para que esto sea digerible debe parecer un desenlace lógico, una casualidad o un accidente. Como la rana que se cuece poco a poco, por aproximaciones sucesivas que diríamos los psicólogos, o como la ventana de Overton, según otros. Da igual, viene a ser lo mismo. Y es que quieren convertir los centros educativos en una especie de centro multiusos que aglutine todo tipo de servicios, los educativos, a todos los niveles; formal (planificada obligatoria, la de clase), no formal (planificada pero no obligatoria, las extraescolares) e informal (no estructurada, fuera de los centros educativos pero esta vez dentro de los centros, resto de actividades). Pero también, aprovechando la ocasión educativa, pretenden convertir los colegios en centros de tipo asistencial, ocupándose de la alimentación, de aspectos sociosanitarios, deportivos e incluso de producción energética. Una especie de centro de día donde los padres puedan dejar a sus hijos, y esto es literal, desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde, durante 11 meses al año (de septiembre a agosto) y el Estado, gratuitamente, se encargue de su educación, les proporcione, gratuitamente, los libros (que ellos mismos han escrito con su ideología). Gratuitamente, les den de comer a todos (de 0 a 16 años), y también gratuitamente les den las extraescolares, el deporte y los cursos, conferencias o charlas de todo tipo, imagínense de qué tipo.

Lógicamente, estas propuestas vienen bellamente argumentadas para que sean digeribles, con motivaciones como la defensa del derecho al juego de los niños, al esparcimiento, aprender a compartir entre iguales, la igualdad, la equidad, la inclusión, las familias, la creatividad, la conciliación, la protección del medio ambiente, el cambio climático y cualquier ocurrencia que suene bien pero basada en una mentira con un trasfondo lúgubre, la omnipresencia del Estado en todas las facetas de la vida.

Pero no, los niños no necesitan al Estado para que les garantice jugar, ni para tener ocio y esparcimiento. Los niños (y no solo los niños) han jugado desde que el ser humano está sobre la tierra y, además, se empieza desde la más tierna infancia, entre otras cuestiones porque el juego tiene un fin adaptativo que permite desarrollar habilidades cognitivas, del lenguaje, de personalidad, de desarrollo muscular, psicomotriz, de contacto y normas sociales, de resolución de conflictos, es decir, de vida en sociedad.

No nos engañemos, es precisamente por todas estas funciones por lo que quieren controlar también los juegos, tanto en forma como contenidos, es aquello de aprender jugando y te encuentras a los niños con falda disfrazados de princesa y a las niñas jugando a ser Irene Montero. No, a los niños no hace falta que el Estado les venga a garantizar el juego y el esparcimiento. No, la igualdad, la equidad y la creatividad no se obtiene por estar internado en un centro leyendo los textos de Sánchez e Iglesias, sino garantizando el acceso a una educación adecuada, basada en hechos científicos probados y no en pura ideología al estilo Trofim Lysenko. La libertad y la igualdad se obtienen cuando se puede estudiar sin obstáculos, la educación es de calidad y se puede elegir educación voluntariamente.

Solo así se capacita a los chavales para poder competir en igualdad de oportunidades, y no de desoportunidades, en un mundo cambiante y un mercado laboral flexible y global. Si les das una educación de baja calidad, como hacen las políticas del gobierno de Pedro Sánchez, totalmente ideologizada y sin exigencia, lo que fomentas es justamente lo contrario, que el ascensor social que supone el esfuerzo y el talento personal desaparezca. Sí, quizás nuestros hijos sepan mucho de lenguaje inclusivo, de distintos tipos de géneros autopercibidos, de cambio climático y de derechos de la infancia pero ya me dirán cómo resuelven ecuaciones, qué capacidad de comprensión lectora o qué nivel de idiomas tienen para desarrollarse como personas y competir con los otros niños del mundo, los datos del sistema educativo español a este respecto no engañan.

No, los colegios no son centros de producción eléctrica para dar gusto a unos políticos que desdeñan otros tipos de energía, como la nuclear, o derriban centrales térmicas por sus obsesiones. Quizás el aislamiento térmico correcto de los centros sea más eficaz que llenar las azoteas de espejos, la energía más limpia es la que no se consume, esto lo sabe cualquiera pero les da igual porque lo que interesa es presumir de lo verdes que son y eso solo lo dan los paneles.

No, los colegios no son comedores sociales donde el Estado se responsabiliza de la alimentación de los chicos como fiditías espartanas, para eso tienen padres y familias. Porque no solo pretenden controlar su alimentación, es que proponen que los niños aprendan en cocina elaborando la comida. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que detrás está la intención de enseñarles qué comer, siempre de acuerdo con las últimas indicaciones que ellos mismos dan sobre el consumo de carnes, pescados o insectos. Ya imagino a los niños llegando a casa y reeducando a sus padres, esto se parece como un huevo a otro huevo a los cuatro viejos de la revolución cultural de Mao.

Pero lo más grave es lo que subyace a estas propuestas. Aceptarlas supone, de facto, la pérdida de la responsabilidad de las familias sobre los niños para traspasarla al Estado que se encargaría, ya no solo de su educación, por llamarle algo, también de su ocio, su juego, sus actividades extraescolares y su alimentación. No quiero dar ideas pero raro es que no hayan incluido también el "derecho a vestir dignamente", y les digan cómo han de ir pero todo se andará. Nos venden como un paraíso lo que no es más que la expropiación de los niños, el proyecto de Esparta que tanto gustaba a Platón y que de manera tan terrible podemos ver en todos los regímenes autoritarios que adora y defiende esta izquierda, de niños colectivizados, con uniforme, pañuelo rojo al cuello y puño en alto.

Bajo el argumento de la gratuidad, las nobles acciones y los "nuevos" derechos —que ya tenemos— se dirime enajenar a los niños de la responsabilidad familiar. Y siento recordarles que sin responsabilidad no hay libertad. Si dejamos que lo paguen todo (con nuestro dinero) decidirán todo, es la invasión permanente del espacio privado que tanto gusta a la izquierda.

No es una fábula, recuerden a Isabel Celaá, que siendo ministra de Educación de Pedro Sánchez dijo que "no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres". Es la misma ministra de Educación que elaboró y aprobó la LOMLOE sin consenso, sin escuchar a los técnicos y profesionales de la educación. Pero al menos en esto han sido coherentes, a ella y a su Gobierno les daba igual lo que pensasen los expertos o lo educativamente correcto. Y les dio igual porque no era de educación de lo que se trataba, ésta solo es el medio. La LOMLOE es la peor ley de educación de la democracia, sectaria, adoctrinadora, falta de exigencia y contenidos, de parte, autoritaria e incapacitante, están en guerra contra la educación.

Pueden ustedes estar o no de acuerdo con mi argumentación pero no con la existencia real de las medidas que propone la izquierda porque de todas ellas se hablado en la Asamblea de Madrid. Están en su agenda y han sido lo suficientemente hábiles para presentarlas unos unas y otros otras, separadamente en el tiempo y en el espacio pero cuando te tomas la molestia de juntar el puzle la imagen que sale es pura distopía. Afortunadamente, en Madrid la izquierda no manda, porque ellos no gobiernan, mandan, y espero que no lo hagan tampoco tras las próximas elecciones autonómicas y municipales. Nuestro voto forma parte de nuestro destino.

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