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Jaime de Berenguer

'Quo Vadis' Pedro Sánchez

Pedro Sánchez me recuerda al personaje de Nerón: narcisista, caprichoso e impulsivo, conocido por su crueldad y violencia, al que todos temen.

Pedro Sánchez me recuerda al personaje de Nerón: narcisista, caprichoso e impulsivo, conocido por su crueldad y violencia, al que todos temen.
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez. | EFE

Desde que Pedro Sánchez convocó elecciones generales venimos escuchando muchos análisis tratando de destripar los motivos que le llevaron a hacerlo. La mayoría, como todas las lecturas ad hoc, han visto mucho más de lo que realmente hay y no han dudado en suponer a Sánchez capacidades asombrosas, tildándolo de genial estratega, fino y astuto político, de persona extremadamente inteligente, capaz de visualizar varias jugadas al unísono o conseguir la cuadratura del círculo sometiendo al resto de los partidos de derecha e izquierda. Pero todos yerran, ni esto es ajedrez, ni las personas son peones, ni conociendo su trayectoria merece la pena gastar mucho tiempo. Lo que hay que hacer es aplicar la navaja de Ockham, el principio de parsimonia, según el cual ante dos explicaciones hay que optar por la más sencilla, y en el caso de este señor es el odio que genera la frustración y que termina en violencia. Odio a todo y a todos los que se interponen en su camino, me explico.

La hipótesis que vincula la frustración y la agresión nació hace más de 70 años en el Instituto de Relaciones Humanas de la Universidad de Yale. Donde un conjunto de investigadores procedentes de distintas áreas propuso que existe una energía inespecífica e innata en el sistema nervioso que produce la conducta agresiva. Dicha energía que lleva a la agresión estaría producida por la frustración, definida como cualquier forma de interferencia que se interponga y dificulte los objetivos o metas de una persona.

Durante sus años en el poder (Gobierno y partido), Pedro Sánchez ha dado muestras inequívocas de altos niveles de violencia. Una manera de relación social —de relacionarse con los demás— que se denomina agresión. Es su forma de relacionarse con todo aquello, institución o persona, que considera se interpone entre él y sus planes, ya sea utilizando las leyes, las instituciones o el dinero para allanarlo. Los señalamientos y amenazas a empresas, profesionales, particulares o rivales se han convertido en un clásico.

Para Sánchez, los resultados del domingo no se interpretan en los mismos términos que para cualquier otro, es decir, como la decisión democrática de los españoles de votar otras opciones políticas por su mal gobierno. Él lo interpreta como una traición de todos, por eso se revolvió de mala manera. Su intervención en el Congreso de los Diputados ante el grupo socialista no deja lugar a dudas: llegó a decir que los resultados electorales habían sido "un castigo inmerecido e injusto". Ojo a la reflexión de Sánchez: nosotros, los que no le hemos votado, hemos sido injustos con él, con su persona. Eso es lo que anda mascullando desde que se fue de Ferraz a media tarde, cuando se enteró de su debacle electoral. Por eso, por su ira, por su rabia incontenida, a los que no le votamos nos calificó como derecha extrema y extrema derecha. Por eso se venga de los españoles, nos castiga, obligándonos a votar a finales de julio, en plena temporada estival, cuando las familias han organizado sus vacaciones. Pero poco le importa, revuelve su ira contra los que considera que le hemos agredido, como lleva haciendo con Madrid desde el principio de su mandato. A sus socios de gobierno les castiga porque ya los ve más como una rémora que una herramienta, hay que deshacerse de ellos y rapidito. Y a sus compañeros socialistas les castiga porque tras el desastroso resultado electoral alguno ha osado levantar algo la voz. Así que sin que tengan tiempo de pedirle cuentas, convoca elecciones. Así se lo tienen que tragar. No hay tiempo para criticarle, ni para elegir otro líder. Al PSOE lo mata porque es suyo. O él, o nadie.

Cualquier Presidente mínimamente empático, preocupado por el bienestar de los españoles y con intención de favorecer que ejerzamos nuestro derecho al voto hubiese optado por dejar pasar el verano tranquilamente antes de convocar elecciones. Cualquiera mínimamente cabal hubiese pensado en facilitar a las familias su descanso después de todo el año trabajando. Pero no, Pedro Sánchez no. Aquí manda él y no se cansa de recordárnoslo. "Es mi prerrogativa", dijo al anunciar la disolución del parlamento ante la prensa. Ahora el lío es monumental. Para empezar, ha decidido dificultarnos lo más posible nuestro derecho a elegir a quienes nos van a representar. Forzar a muchos españoles a votar por correo, que ha dado muchos problemas y que en esas fechas lo normal es que se dispare, colapsando las oficinas de correos. Por no hablar de los presidentes, vocales y suplentes. Se va a liar parda en la constitución de las mesas electorales de toda España. ¿A cuántos ciudadanos va a obligar Pedro Sánchez a cambiar sus vacaciones para forzarles a estar allí, a pie de urna a las 8 de la mañana, para conformar las mesas electorales? Mesas, por cierto, situadas en colegios cuyas clases carecen de aire acondicionado y teniendo en cuanta que el 23 de julio la temperatura exterior rondará los 40ºC de temperatura media en el país. Un portavoz de la AEMET ha dicho que las elecciones generales se van a celebrar con temperaturas muy elevadas. En esas fechas, valga como ejemplo, la temperatura media en Madrid es de 30ºC, en Zaragoza de 33ºC, de 37ºC en Sevilla, 28ºC en Barcelona o 30ºC en Valencia. Ya veremos cuántos desmayos hay, quédense con ello en la cabeza.

¿Soy al único al que esto le parece un disparate infame? Es la ira transformada en venganza de Pedro Sánchez.

Pero el presidente no solo se ha vengado de los españoles por no votarle, también se ha vengado de su propio partido. Desde un principio apunté que, conociendo a "su persona", la convocatoria precipitada de elecciones era su manera de impedir cualquier crítica interna y forzar su candidatura como candidato del PSOE, y así ha sido. En una entrevista al socialista Eduardo Madina en la Cadena SER, éste planteaba, por una parte, el análisis de los resultados, por otra, el diagnóstico de las causas. En cuanto al primero, señaló que: "Desde mi punto de vista es un resultado dramático. Y conviene no engañarse porque miro hacia atrás y no recuerdo un escenario de elecciones municipales y autonómicas donde el Partido Socialista haya perdido tantos Gobiernos autonómicos… Por tanto, se ha producido un terremoto… ha sido un desastre absoluto, completo y total". En cuanto a las causas, lo más jugoso, decía (lo he editado para acortar el texto): "Además, han pagado justos por pecadores… han pagado un precio extraordinario porque yo creo que es un error brutal plantear una campaña local y autonómica con excepcionales Alcaldes y Presidentes autonómicos en términos nacionales". Madina no se equivoca. Plantear una campaña local y autonómica en términos nacionales fue un error. Solo un matiz, vital, eso sí: hacerlo así también forma parte de la venganza de Pedro Sánchez contra los suyos. Él sabía que haciéndolo les obligaba a sufrir su suerte. Luis del Pino, en un brillante hilo en Twitter, daba la clave cuando nos recordó que en las galeras romanas, los remeros eran encadenados a la embarcación, precisamente para ligar su destino al de la nave. Así, los romanos, se aseguraban la máxima implicación de los galeotes a los que tiranizaban.

Cualquier socialista normal hubiese hecho lo posible por salvar a su partido de la quema, pero él no. Pedro, en lugar de tratar de dejar al PSOE en la mejor circunstancia posible para afrontar las elecciones, aprovechando los meses que le restan de mandato y la presidencia de turno de la Unión Europea para girar al centro, sacando a Podemos del Gobierno y rompiendo sus pactos con los enemigos declarados de España (socios nacionalistas y filoterroristas), ha preferido desmantelarlo (aunque esto sea de agradecer, visto el percal), arrasar con todo. Como he explicado antes, la frustración genera ira que lleva a odiar a quien se cree la causa, la venganza y la violencia sin mirar a quién ni cómo está servida.

El demonio está en los detalles y hay dos que retratan perfectamente el odio y el desprecio a los demás que rezuma Pedro Sánchez allá por donde pasa. El primero es contra uno de sus compañeros. Emiliano García Page, único Presidente socialista que ha sido capaz de retener la presidencia que ostentaba por apenas un puñado de votos y que en alguna ocasión, aunque solo haya sido de boquilla, ha criticado a Sánchez. En el momento de escribir estas líneas (31/05), según el mismo Page, no ha recibido comunicación alguna de Pedro para felicitarle a él y a sus compañeros afiliados socialistas. Es su venganza, en forma de desprecio, por salvarse de la quema. Si él se hunde, se hunden todos con él.

El segundo detalle es la manera en que Pedro Sánchez anunció la convocatoria de elecciones, saltándose el artículo 115.1 de la Constitución Española, que dice; "El Presidente del Gobierno, previa deliberación del Consejo de Ministros, y bajo su exclusiva responsabilidad, podrá proponer la disolución del Congreso, del Senado o de las Cortes Generales, que será decretada por el Rey. El decreto de disolución fijará la fecha de las elecciones".

Bueno, pues don Pedro disolvió sin consultar a su Consejo de Ministros; y lo hizo porque les desprecia, igual que desprecia todo aquello que tiene que ver con la democracia, porque él, su persona, hace lo que le place, por eso se salta la Constitución, como ya lo ha hecho otras veces, porque él se cree y se siente todopoderoso. Sánchez primero hace y las consecuencias le traen al pairo, incluidas nuestras vacaciones. El desprecio es su forma de vengarse de sus socios de Gobierno y de sus compañeros, de trasmitirles que sin él no son nadie y que están a su servicio.

Salvando las distancias, Pedro Sánchez me recuerda al personaje de Nerón, tan magníficamente interpretado por Peter Ustinov en la película Quo Vadis, dirigida por Mervyn LeRoy. Un personaje narcisista, caprichoso e impulsivo, conocido por su crueldad y violencia, al que todos temen, con una absoluta falta de empatía y de reflexión sobre las consecuencias que para los demás tienen sus actos. Lo único importante es satisfacerse él y sus caprichos.

La escena cumbre de la película tiene lugar cuando Nerón presenta "su obra" a sus más estrechos colaboradores, la nueva Roma a la que llamará Nerópilis. Existe un pequeño inconveniente en sus planes, que para edificarla necesita acabar con la antigua Roma, así que decide prenderla fuego con todos dentro, y en eso estamos. Los romanos no tuvieron la posibilidad de apear a Nerón del poder pero nosotros sí, y debemos hacerlo aunque solo sea en defensa propia.

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