
Cada vez que hay un cara a cara entre Sánchez y Feijóo en el Senado se tiende a calibrar, entre los observadores, si el líder del PP le ha tomado o no la medida a su adversario. Nunca se plantea, y esto es llamativo, la perspectiva inversa: si el presidente del Gobierno ha conseguido tomar la medida a quien le va a disputar el cargo. El ejercicio de medición es mutuo, por lo que debería evaluarse como va la cosa tanto de un lado como del otro, pero resulta que no. El interrogante siempre se le cose a Feijóo, como si éste fuera un novato recién llegado que se enfrenta a un púgil reconocido y sumamente hábil, cuyas mañas aún tiene que aprender.
El motivo más o menos oculto de esta asimetría, oculto incluso para muchos de los que incurren en ella, es que al líder del PP se le puede tomar por un recién llegado a la escena política que tiene su sede en Madrid y de ahí fácilmente se le asimila a algún arraigado estereotipo de los que tenemos en el cajón, como el del chico de provincias, que se estrena en la capital, y desconoce, criatura ingenua y sin refinar que es, las sofisticadas costumbres capitalinas y las malas artes que se practican allí.
Los primeros que se recrean en el estereotipo del provinciano que, al llegar a Madrid, está fuera de su elemento y no da pie con bola, son claramente Sánchez y sus asesores áulicos (y últimamente hidráulicos). Si se lo creen o no, poco importa. Han apostado por hinchar ese estereotipo y convertirlo en punching ball al que se disfruta golpeando. Nada le gusta más al presidente del Gobierno que mostrarse despreciativo con Feijóo, cuestionar su experiencia política y su solvencia y decir que el liderazgo de la oposición le viene grande. Este recurso delata cuáles son las fortalezas de su adversario: las que trata de destruir, y revela que Sánchez no puede debatir con su rival: sólo queda tratar de humillarlo.
Por eso se ha invertido el sentido de una sesión parlamentaria como la que, en teoría, alberga los cara a cara. Las sesiones de control al Gobierno en el Senado resultan ser sesiones de control al líder de la oposición, en las que Sánchez examina, juzga, desaprueba, suspende y condena sumariamente a Feijóo. Y no sólo por lo que dice allí, sino por lo que haya dicho en cualquier otro momento. Acude Sánchez provisto de un sinfín de recortes de hemeroteca con declaraciones del otro y se las va recriminando. "Usted dijo el 7 de julio que…". Y el 3 de agosto y el 4 de mayo y el 25 de enero, siempre hay algo. Hay que ver en qué tareas ingratas se ocupa al personal de Presidencia. Claro que peor es trabajar. La atención que presta Sánchez a las declaraciones de Feijóo es inversamente proporcional a la que dedica a repasar sus propias declaraciones. Pero, reconozcámoslo, es menos agradable dar cuenta, y darse cuenta, de lo que dijo y confrontarlo con lo que ha hecho.
