
Dentro de un par de semanas, los periódicos sacarán algún reportaje del tipo "qué fue de" sobre aquellos que se llamaron indignados hace una docena de años y, en tal caso, serán los únicos que los recuerden, si finalmente alguien considera que merecen rememoración. Sin embargo, el ciclo de experimentos de aprendiz de brujo que abrieron los ocupantes de plazas con su cuestionamiento del sistema político, de la política y de los políticos, impugnados con el lema "no nos representan", ha influido en la política española más de lo que parece. De hecho, un Gobierno como el actual no hubiera sido posible de no haber existido aquella revuelta y tanto su composición como su estilo reflejan el adanismo, infantilismo y narcisismo que la caracterizaron, todo ello sostenido, materialmente, por esa maquinaria de poder que los socialistas mantienen siempre engrasada y que es cualquier cosa menos infantil.
Sin ir más lejos, esta ley de Vivienda que se acaba de aprobar y este énfasis de última hora del PSOE en el asunto, como si de pronto hubiera recordado algo que ya no tenía presente, escriben el epílogo de aquel ciclo. La conexión es tenue, como lo son los recuerdos que ya no se repasan, pero lo cierto es que los indignados eran jóvenes que se sentían agraviados por no tener, como tanto se dijo entonces, las oportunidades que habían tenido sus padres, y sus demandas, pese a la forma confusa, se cifraban en empleo –bueno y fijo, como el de antes— y acceso a la vivienda. Los jóvenes del 15-M ya no lo son, pero a sus sucesores en juventud van dirigidas las viviendas que Sánchez está sacando de la chistera, igual que los topes de los precios del alquiler y el maniqueísmo de enfrentar a inquilinos y propietarios, que es tan propio de la política de hostilidades de Podemos y que ha hecho suya el actual PSOE.
Epílogo, en todo caso, porque es el final. No el final de todos sus efectos dañinos, pero sí el final del principal destilado político que produjo el 15-M, porque Podemos se aproxima a la desaparición, y el momento crepuscular será en mayo, ironías del destino. Y quien va a expedir su certificado de defunción, ya lo está escribiendo, es Yolanda Díaz, que representa, en forma y fondo, la domesticación de los indignados: su vuelta, por así decir, al regazo materno. Podemos se quedará solo y desnutrido en su intento de recuperar la rabia y la ira del ciclo de la indignación. Los socialistas les han quitado las consignas y Sumar les va a quitar los votos. Y todo ello está ocurriendo con el refrendo entusiasta de los mismos que, hace doce años, aplaudían con unción la rabieta de los indignados. Ahora se han pasado al suavizante.
