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Curso de sujetacubatismo electoral

Aún no estamos en campaña, pero España es un festival de promesas enloquecidas.

Aún no estamos en campaña, pero España es un festival de promesas enloquecidas.
Yolanda Díaz junto a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau conversan con el director y escritor David Trueba. | EFE

Qué pena más grande no tener 18 años para okupar un chalet de lujo, coger los 20.000 lereles de la Yoli, llenarlo de whisky y djs, y convocar cada noche allí a mis ligues del Tinder público de Mónica García. Al terminar cada farra, le prenderíamos fuego a la casa, y a la semana siguiente nos haríamos con otra aún más grande, y si no, a por una de las tropecientas viviendas que sortea el Tito Pedro en su tómbola de votantes poco rigurosos. Aún no estamos en campaña, pero España es un festival de promesas enloquecidas. Esta es la parte de la política que a mí me gusta. El sujetacubatismo, esa forma de promesa electoral de marcado aroma testosterónico, que se expone siempre precedida de un "sujétame el cubata". Para que no se detenga esta orgía preelectoral, quiero proponer a nuestros candidatos algunas medidas todavía más chulísimas que el Tinder público, el derecho a la vivienda ajena, y la lluvia de euros de la herencia universal:

Cambiemos los impuestos a los ricos por incentivos: por cada euro generado dentro del término municipal, el ayuntamiento te dará otro euro aportado por aquellos que, en edad de trabajar y sin impedimentos graves (como, por ejemplo, haber fallecido en el último año al menos una vez), insisten en no ser productivos.

A favor de la semana laboral de tres días, siempre y cuando los restantes los cubra con su trabajo el cuerpo de funcionarios ociosos, empezando por aquellos que disfrutan de coche oficial.

Convirtamos la policía municipal en un cuerpo de élite: tiremos a la basura esas ridículas bicicletas y coches teledirigidos y ecológicos con los que los ayuntamientos pretenden que los guardias den alcance a los malos, que van en autos de gran cilindrada.

Prohibamos los saques de honor y la práctica de actividades de alto riesgo a los alcaldes, especialmente en las proximidades de la campaña.

Hagamos que los talleres municipales se dediquen a arreglar vehículos y no a estropear niños.

Renaturalicemos el ámbito periurbano: una apuesta decidida por el mojito con mucha menta en las coctelerías del extrarradio.

Apostemos por el multiculturalismo: respetemos la versión original de los clásicos de la literatura occidental en las bibliotecas municipales.

Arrojemos un concejal en cada una de las zanjas que el ayuntamiento abra en los seis meses anteriores a las elecciones. Una vez que se terminen los concejales, el partido gobernante aportará tantos militantes voluntarios como sea necesario para cubrir las vacantes de las zanjas abiertas.

Eliminemos la cita previa para las citas previas de los trámites municipales.

Por una democracia de calidad: obliguemos a los votantes socialcomunistas a justificar su voto con una redacción por detrás de la papeleta.

Sigamos el ejemplo de Talleyrand, que dijo que "nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero". Para ello, cojamos toda la pasta que se invierte en campañas municipales feministas, lingüísticas y ambientales y arrojémoslo sobre los ciudadanos desde una avioneta una vez al mes. Durante la lluvia monetaria vale todo: mordiscos, empujones, bastonazos, como si fuera un partido de baloncesto moderno, o Gavi intentando frenar a un rival.

Obliguemos al alcalde a vestir de frac, incluso para dormir, y a dirigirse a los ciudadanos solo a través del balcón consistorial y, si fuera necesario, acompañado de la marmota Phil.

Soñemos una auténtica locura: que el PP cumpla lo que en campaña promete.

Creemos espacios libres de no-fumadores en costas, playas y puertos.

"Las revoluciones son las locomotoras de la historia", decía Marx; viajemos todos en avión por nuestras ciudades, al infierno los trenes.

Erradiquemos el lanzamiento de cubos de agua con lejía a las puertas de los portales antiguos.

Prohibamos de una vez por todas los patinetes. Si alguien quiere romperse una pierna, en el consistorio habrá un funcionario grandote con una maza dispuesto a fracturar a todos los interesados sin necesidad de que interrumpan el tráfico de la gente de bien.

Impongamos evaluación psiquiátrica a los candidatos que deseen postularse a la alcaldía; esto supondrá un duro golpe para podemitas y memas, pero no es justo que los ciudadanos tengamos que cargar con las consecuencias de quienes utilizan los cargos como terapia personal.

Sigamos permitiendo maratones y manifestaciones por el centro de las ciudades, pero sin coartar la libertad de los conductores que deseamos participar en la competición o en la concentración a bordo de nuestros propios vehículos y sin detenernos en los semáforos como hacen ellos.

Acabemos con el maldito duende, no el de Héroes del Silencio, sino el vasco, el que atormenta por las noches a los niños que hablan español. Prendamos fuego a cualquier tipo de mascota, o monstruo, o transpeluche, lingüístico o ideológico de origen municipal.

Convirtamos los parquímetros en tragaperras. Si consigues aparcar en el centro, en vez de pagar, tienes premio.

Abramos a la circulación marítima el casco histórico de nuestras ciudades: todos tenemos derecho a ser Venecia.

Por último, en atención al deseo de justicia social universal, nacionalicemos el PSOE. Esta medida implica repartir los beneficios entre todos los ciudadanos, incluyendo las embajadas-chollo, la dirección de empresas estatales, y abrir a la ciudadanía sus farras en Ramsés.

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