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Verificando a los verificadores

Nunca me ha gustado la moda de los verificadores, y no tanto por su inevitable parcialidad, sino más bien por su arrogancia.

Nunca me ha gustado la moda de los verificadores, y no tanto por su inevitable parcialidad, sino más bien por su arrogancia.
Ana Pastor. | Cordon Press

El Gobierno ha pisado el acelerador electoral para moldear la opinión pública desde los medios. Uno de los temas que más preocupan en La Moncloa estos días es la proliferación de informaciones que aseguran que el Gobierno está derribando decenas de presas en plena sequía. "Bulo", "fake news" y "desinformación", se lee desde esta semana en decenas de titulares de medios de todo el espectro ideológico, dando a entender que el Gobierno no está derribando nada, algo que tampoco es exacto, porque desde la Constitución hasta el prestigio internacional de España, pasando por la economía o por el PSOE, la especialidad de Sánchez han sido siempre las demoliciones. Y sí, también de presas.

El argumentario socialista, tornado en esa asepsia impertinente de los verificadores, asoma en los presuntos detectores de "fake news" de la izquierda y en casi todos los periódicos leales al erario público, con las mismas expresiones. Llegan a convencerte de que es cierto, que el Gobierno no está volando presas en plena sequía, cuando eso, dicho así, es tan cierto como que puedes darte un paseo por las ruinas aún frescas de presas y azudes de toda España y descubrirlo tú mismo, al tiempo que lo de la sequía tampoco parece difícil de certificar, aunque en los periódicos siempre se acuerden de acompañar la noticia con profecías asustaviejas climatológicas, y nunca con algo más importante: que en España hay agua para todos, si los políticos lo permiten.

Como sea, me asombra el caso de VerificaRTVE, chiringuito esotérico al estilo prepotente del de la Pastor, que intenta ejercer el papel de Ministerio de la Verdad desde la oficialidad de la marca pública. A esta hora la portada es un ejercicio de sutileza persuasiva, con unas gotas de hipnosis. Abre la web un clásico del más allá, los chemtrails, con un letrero de "bulo" encima del tamaño de los huevos de un minotauro. Le siguen cosas como el "fantasma de la muerte" en la coronación del rey Carlos III, algo que tildan de "falso" –gracias, realmente estaba convencido de que era la muerte—, el viejísimo timo utilizando la imagen de Chicote –aclaran, mojándose a dolor ahí: "Chicote no ha sido detenido por desvelar el secreto para hacerse rico"—, y cosas paranormales por el estilo.

Pero, oh sorpresa, en medio de esta fiesta de zombies y chicas de la curva, aparece una noticia que no alude a lejanas conspiraciones de los espíritus, sino a algo de la tierra, vamos, de aquí mismo, es más, algo que atañe a las conjuras y desvelos de Ferraz en esta hora de cercanía electoral: "España no es líder en destrucción de embalses en plena sequía". Y en su interior resuelven la información y los desmentidos con la misma gravedad, detalle y pedantería con la que refutan que la sombra que apareció en la coronación de Carlos III sea la muerte, tratando lo de las presas derribadas como si fueran malditas psicofonías de Iker Jiménez.

Nunca me ha gustado la moda de los verificadores, y no tanto por su inevitable parcialidad, sino más bien por su arrogancia. Me pica todo cuando leo titulares que comienzan con una afirmación o negación, les sigue una coma, y una reiteración de la afirmación o negación. Esos de "No, Sánchez no se ha paseado en bolas por Nueva York" o "Sí, Abascal sí fue el asesino de Manolete". Admito que es una cuestión de estilo, si quieres, pero es que el fondo no mejora las cosas. Y hay una razón.

Con honrosas y felices excepciones, sufrimos la generación periodística más precaria de la historia: la menos preparada, la menos experimentada, la más fanática y la más soberbia. Eso provoca que tantas viejas cabeceras de papel que otrora fueron orgullo informativo de España estén hoy a la altura del betún, repletas de erratas y redacciones imposibles, de traiciones a su propia tradición editorial, de desvaríos incompatibles con el viejo oficio informativo, o de gilipolleces virales como la de hoy, la tipa esa que se ha comido su propio cuerpo, que he no pinchado en la noticia y el titular no detalla qué parte, pero apuesto a que se trata del cerebro.

Quiero decir que, en un país donde tanto se ha reído –y aprendido- con La cárcel de papel de La Codorniz, con esas maravillosas erratas comentadas de Evaristo Acevedo, con las desternillantes reflexiones lingüísticas de mi compadre Javier Quero al final del telediario, o incluso con aquel Curso de ética periodística de Juanjo de la Iglesia, tal vez sea un poco osado lo de que vengan ahora los reyes del TikTok a iluminarnos con el camino, la verdad y la vida, sin humor ni nada, en dura pugna con la sintaxis y la ética, y con una mano detrás para cubrir gastos a cuenta de los amos de la desinformación, y de la demolición de presas.

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