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Mario Garcés

La última metamorfosis de Yolanda Díaz

Yolanda Diaz y Pedro Sánchez conciben sus siglas como un medio antes que como un fin. Llevan sus pretensiones personalistas hasta el final.

Yolanda Diaz y Pedro Sánchez conciben sus siglas como un medio antes que como un fin. Llevan sus pretensiones personalistas hasta el final.
Europa Press

Llevo un año en el que me dedico a prologar libros, y hasta epilogarlos, y reconozco que debe ser una consecuencia de la edad tardía y de la amistad concedida. Lo que nunca he hecho, y dudo que lo haga alguna vez, es prologar el Manifiesto comunista como hizo Yolanda Díaz, ya sea por pluma propia o por pluma consentida. Por curiosidad intelectual leí el texto, con precaución científica, y me llamó la atención la frase: "Hay muchos marxismos en Marx", una especie declarativa tan confusa como incierta. Probablemente, la autora, por acción o por delegación, quería hablar de sí misma, porque, a su manera, hay muchas Yolanda Díaz en Yolanda Díaz.

Si Yolanda Díaz es comunista, populista o progresista es un enigma, porque es imposible reconocer el estadio presente de su evolución natural. Es puro darwinismo de supervivencia. Yolanda Díaz muta de piel a conveniencia y cuesta reconocer, sincrónica y asincrónicamente, cuál es el alcance de su pensamiento político. Hay, en todo ello, una combinación compleja entre instinto de depredación y mercadotecnia, muy propia de una forma de hacer política en la que no hay escrúpulos ni convicciones. La verdadera fuerza política de Yolanda Díaz no recae en su ideario, intrascendente y voluble, sino en su capacidad de adaptación al medio, por mucho que vaya dejando múltiples infidelidades en su camino. Senderos de traición.

He tenido ocasión en los últimos cuatro años, desde mi escaño, de observar la transfiguración de Yolanda Díaz, la única ministra procedente del conglomerado de la izquierda radical a la que se atribuyó un Ministerio con peso presupuestario. De algún modo, Yolanda Díaz quería presentarse como una política cualificada, alejada del infantilismo inoportuno de sus compañeros. Un eslabón necesario entre la postadolescencia del peor Podemos y el socialismo de amarre de Pedro Sánchez. De algún modo, Yolanda Díaz, la intuitiva, contempló que el votante que aupó a Podemos a las instituciones, ya no era el mismo. Ese votante tomó consciencia de que los antisistemas a los que había atribuido su confianza se habían transformado en adoratrices del mismo sistema. En definitiva, el movimiento 15M había dejado la edad de oro de la ingenuidad y se había hecho maduro. Y ese tránsito hacia la madurez, incapaz de asimilarlo Podemos, convertido ya en un patio de monipodio, se presentó en una oportunidad para Yolanda Díaz. Pero también para Pedro Sánchez. O al menos eso pensaron ambos.

Esos votantes primigenios dejaron de estar indignados, porque sus representantes ya formaban parte del mismo sistema. Acabaron siendo víctimas de la misma indignación, porque ya era imposible que fueran indignados. Yolanda Díaz, por intuición, creyó que esos votantes evolucionados la percibirían como una oportunidad, entre la decadencia de la izquierda radical y el desgaste del proyecto personalista de Pedro Sánchez. Fue así como Yolanda Díaz fue abandonando el discurso de la autosuficiencia de los herederos de Pablo Iglesias para parasitar un discurso más próximo a su presidente, el de verdad, Pedro Sánchez. Se estaba convirtiendo, muy a su querer, en el arrastre de voto hacia el caladero del sanchismo, cuando llegara el caso. Había parasitado parte del tacticismo de Pedro Sánchez, abandonando un barco a la deriva. La última metamorfosis de Yolanda Díaz.

Yolanda Diaz y Pedro Sánchez conciben sus siglas como un medio antes que como un fin. Llevan sus pretensiones personalistas hasta el final, aunque con ello se lleven por delante sus propios partidos políticos. Sánchez ha llevado al PSOE al rincón de la historia, ha sepultado ciento cuarenta años de existencia, ante la mirada contemplativa de sus afiliados y simpatizantes, entre dontancredos y tentetiesos de una muerte política anunciada. Yolanda Díaz, haciendo uso de su intuición, atisba la oportunidad de barrer parte de ese votante insatisfecho, para lo cual, no tendrá tampoco ningún rubor en traicionar a su último mentor, Pedro Sánchez.

Ahora que llegan las elecciones estivales, tiene que tomar una decisión. E intuyo que, a la vista de la debacle de sus antiguos compañeros, no pactará con ellos. Porque, haya leído o no el Manifiesto comunista, como buena antigua militante del PCE, ha de saber que poder que se comparte, poder que se diluye. Una vez desnudada la causa de un Pedro Sánchez en la habitación del pánico de Moncloa, poco va a quedar de la complicidad del Presidente con la Vicepresidenta. Ella piensa, erróneamente, que es su momento. Pero a carta cabal que lo piensa. Y así es como se metamorfoseará nuevamente para intentar dejar atrás también a Pedro Sánchez. El problema es que ya nadie la cree. Quizá porque no haya muchas Yolanda Díaz en Yolanda Díaz, sencillamente porque no hay ninguna.

Mario Garcés

Inspector de Hacienda e Interventor y Auditor del Estado. Jurista, académico y escritor

Portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados

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