
La olla de grillos en que se ha convertido el gabinete de Presidencia del Gobierno no sabe ya qué hacer para levantar a Sánchez. Lo han probado todo, desde la compra de votos de pensionistas, mayores o estudiantes hasta lo que podríamos llamar medidas de nicho dirigidas a colectivos con reivindicaciones pendientes. Nada ha funcionado. El PSOE perdió una elección tras otra con un electorado impermeable a los seductores susurros de su secretario general. No se dieron cuenta de que, en todas las elecciones, Narciso se empeñó en ser el protagonista y que es él, no sus promesas, quien produce rechazo. No es que suenen falsas, que también, no es que haya mentido tanto que ya nadie le cree, que algo hay de eso. Sencillamente, para muchos españoles, su persona resulta insoportable. Cada vez son más los que cambian de canal escupiendo venablos cuando aparece en televisión. Partiendo de esta realidad, que podría incluso ser injusta, fue suicida basar la campaña de las elecciones autonómicas y municipales en Narciso, asomado todos los días a nuestras casas desde la ventana tonta. El presidente debió dejar que cada socialista local se las apañara como pudiera en su corral y él estarse calladito. Pero, como es Narciso, no puede aceptar caerle mal a nadie.
El caso es que, tras convocar a botepronto las generales, se enfrenta a una campaña en la que inevitablemente es su careto de guaperas de bolera el que ha de representar al PSOE. Tan desesperados están, tan huérfanos de ideas andan, tan desconcertados se sienten que han dado con hacer de la economía el eje fundamental de la campaña. Es decir, han escogido el campo donde el PSOE nunca ha brillado, allí donde peor imagen tienen. Podrían decir que prefieren atender a las necesidades sociales, aunque la economía sufra, que se sienten más próximos a los más débiles y más lejos de los que más tienen. Pero eso ya lo han intentado y no ha valido. Y lo que se les ocurre es que un presidente, que plagió su doctorado en economía, se presente como el gran gestor que nunca fue porque ni pudo ni quiso serlo. A quién le va a contar lo bien que ha gestionado la economía, ¿a los empresarios a los que ha machacado a impuestos y a los que engañó con la reforma laboral? ¿A los autónomos a los que ha subido las cotizaciones hasta la estratosfera? ¿A los profesionales liberales que padecen la persecución de la Agencia Tributaria como si fueran delincuentes habituales? ¿A los agricultores y ganaderos a los que boicotea sus productos? ¿A los pescadores a los que deja indefensos en Bruselas? Encima, dice que, si gobiernan el PP y Vox, peligran los fondos europeos. Esto, además de ser mentira, esconde que el decreto que autorizó al Gobierno a repartirlos como le petara se aprobó precisamente con los votos de Vox. Si las cifras macroeconómicas son hoy medianamente dignas es porque estamos saliendo de la pandemia y porque el turismo extranjero va como un tiro. Y porque los Gobiernos autonómicos del PP empujan en sus respectivas regiones con políticas realmente eficaces. Pero a ver quién le cuenta al presidente que es a Narciso a quien rechaza la gente, no a su partido ni a sus ideas, aunque lo merezcan tanto o más que él.
