
Hay una cierta propensión a dar por descontado que PP y Vox formarán el próximo Gobierno de España. En Cataluña, por ejemplo, esa es la tesis dominante en las tertulias y en los discursos políticos, que describen una especie de cataclismo atómico encarnado en Alberto Núñez Feijóo como presidente y Santiago Abascal en la vicepresidencia y cuya primera consecuencia será, supuestamente, una arremetida sin precedentes contra las "libertades de Cataluña" y la prohibición del idioma catalán de entrada.
Las fuerzas vivas de la región han decretado el estado de máxima alerta, pero no se les ve precisamente preocupadas. Saben que lo que presagian es mentira, una mera maniobra propagandística, que Feijóo no va a prohibir el catalán y que Abascal no va a suprimir las autonomías. Pero necesitan que cale ese "relato" para reactivar al desencantado electorado independentista.
Hasta los más firmes defensores de la especie de que el proceso separatista es historia gracias a los indultos y la reforma del Código Penal convienen en afirmar que un Gobierno conservador en España es "condición de posibilidad" (expresión que manosea hasta la extenuación el pedante de Pablo Iglesias) para un nuevo proceso o la continuación del original. Y ahí es donde se frotan las manos los dirigentes de las dos grandes facciones separatistas.
De modo y efecto que si las encuestas aciertan y las urnas destilan un Gobierno de coalición entre PP y Vox, aumentarán los decibelios de la matraca separatista y antiespañola en lo que vendrá a ser la segunda temporada de "El Procés", una serie de odio, mentiras, amenazas, violencia y supremacismo catalanista. Claro que si gana el PSOE, tal victoria pasará inevitablemente por otro Gobierno de coalición con Sumar, ERC y EH Bildu.
Desde la perspectiva independentista, el primer supuesto, un Gobierno de partidos constitucionalistas, facilita y acelera el choque con el Estado. En cambio, un Gobierno de España con su apoyo ralentiza las maniobras, aunque consolida cada paso en la dirección separatista. La diferencia es que con el Gobierno A no habría diálogo posible para un referéndum a la escocesa y con el Gobierno B sí, por mucho que Sánchez diga que no lo permitiría.
Las últimas elecciones generales tuvieron que ver con quién decía Sánchez que no iba a pactar ("y si quiere se lo repito"). Estos comicios van del pacto del PP con Vox. Y el as en la manga de Sánchez es vender que con él no arderán Cataluña y el País Vasco ni tampoco la extrema izquierda y los sindicatos. Es verdad, tan cierto como que con él, los separatistas catalanes y vascos avanzan con paso firme y decidido en la senda de la fractura y la independencia mientras la extrema izquierda impone su delirante agenda social.
Hay quien de buena fe censura el acuerdo entre PP y Vox en Valencia porque sostiene que valida la estrategia socialista del voto del miedo y que lo mejor habría sido trabar el pacto más adelante. Subestiman a la organización socialista. Con pactos o sin pactos entre PP y Vox antes del 23-J, a Moncloa y a Ferraz le sobran naipes en la manga para alterar unas elecciones. He ahí a Zapatero miccionando sobre los españoles hablando de historia, memoria y terrorismo. Veremos cosas que ni en Blade Runner.
