
De la misma forma que el mejor vendedor es el que conoce sus productos, porque los ha probado, no hay mayor manipulador que el que se cree sus propias mentiras. Esta frase hay que analizarla y Pedro Sánchez es un gran ejemplo para hacerlo. Porque la primera manipulación del manipulador comienza ahí, en inventarse una verdad, y la segunda ya es creérsela para engañar a otros, aunque en el fondo todo esto sea un poco más complejo. Haría falta un Tolstoi para desentrañar los entresijos mentales de nuestro presidente. Hasta qué punto asume profundamente la realidad paralela en la que vive. Hasta qué punto es incapaz de analizar sus actos sin justificaciones y excusas. Hasta qué punto es un manipulador o un engañado. Mi opinión es que es las dos, como sucede siempre, porque es imposible no ser ambas cuando se miente tanto.
Empecemos comprendiéndole. Porque engañarse es una necesidad que todos experimentamos. Leerse la cartilla a uno mismo y estar dispuesto a aceptar el propio mal es un ejercicio que no todas las personas quieren hacer. E incluso hay algunas patológicamente incapacitadas para ello. Son las personas que todo lo que hacen lo hacen por algo, y todo lo hacen bien, de la mejor manera, incluso cuando hacen algo mal, pues "se han visto obligadas por las circunstancias". Naturalmente, uno siempre tiene miedo de que la realidad desdiga esos engaños, porque todo el mundo tiene miedo de ser malo, así que hace falta que sean otros los que también confirmen esa falsa realidad más placentera. Un manipulador manipula a los demás porque necesita manipularse a sí mismo. Así de simple. Es alguien inseguro en su quimera, que persigue sentirse acompañado a toda costa para poder continuar viviendo sin asumir sus culpas.
A Pedro Sánchez, Alsina le ha preguntado qué ve cuando se mira en el espejo y él ha contestado hablando de pandemias, de volcanes y de crisis de magnitudes bíblicas. No hay nada extraño ahí. Simplemente una persona que percibe que se aproximan los reproches y que encuentra sin esfuerzo circunstancias ajenas a su voluntad para justificarse. Su propia autopercepción no le permite ser sincero cuando dice asumir sus responsabilidades, porque es endeble. No aguantaría un examen de conciencia honesto porque no es capaz de aceptar su imperfección. Y así patina y se retuerce y miente, únicamente para esquivar la posibilidad de haber pecado. En el fondo, lo que le pasa a Pedro Sánchez es que no admite la posibilidad del fallo, porque tampoco está capacitado para sobrellevar la posibilidad de la condena. Pero, paradójicamente, lo que acaba consiguiendo es eso: fallar y condenarse. Sin darse cuenta.
Las personas como él, por tanto, necesitan enemigos que les den la razón, pues no son capaces de entender los matices morales. No comprenden la naturaleza del mal, que existe siempre porque persigue un bien, así que tampoco pueden instalarse en realidades alternativas que no sean maniqueas. Ellos analizan a su rival, persiguen sus errores, únicamente para magnificarlos y parapetarse ocultos entre las sombras de sus entretelas. Se dicen víctimas de un mal ajeno, un mal absoluto del que nunca han participado, y se erigen por tanto en el bien necesario que planta cara. Después, aprovechan cualquier verdad acorde a ese relato para reafirmarse y propagarlo. Y lo más significativo es que lo hacen sólo para salvarse a sí mismos, movidos por el miedo, así que es difícil valorar hasta qué punto son conscientes de sus estratagemas. Lo que es seguro, desde luego, es que jamás dedicarán ni medio segundo a analizar qué circunstancias podrían justificar también a su enemigo.
A mí me gusta cambiar el mito y decir que Narciso se ahogó en su reflejo no por estar enamorado de su belleza, sino por el temor atroz de percibir sus fealdades. Así, se encontró en el lago y se puso a observarse anonadado. Dejó de hacerlo. Fue acercando el foco poco a poco, hasta desdibujar contornos. Quiso quedarse sólo con su recuerdo amable en la cabeza. Cerró los ojos. Y se sumergió lentamente en el laberinto fatal del autoengaño. Si algo nos enseña Sánchez es que lo más peligroso de bucear entre mentiras es no poder volver después a la superficie.
