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Pedro, víctima y mártir

Siempre termina dando la impresión de que los españoles le debemos algo por no tratarle todo lo bien que se merece.

Siempre termina dando la impresión de que los españoles le debemos algo por no tratarle todo lo bien que se merece.
Pedro Sánchez. | Europa Press

Nos ha abocado a hablar de su persona cuando es lo último que queremos, pero demostrado el error de mayo, cuando el cebo electoral consistió en prometer cada día un regalo nuevo, el presidente le deja el papel de generosa Reina Maga a Yolanda Díaz y pasa a ser él mismo, en su mismidad, el cebo para atraer y pescar al votante. La tournée del presidente por platós y estudios supuestamente adversos conduce por necesidad a que se hable de él en primera, segunda y tercera persona, y a que retrocedan a un plano poco iluminado las materias que constituían obligada referencia en estas ocasiones: balances y proyectos políticos, reformas que se pretenden, visión de España, si se tiene, y esos grandes asuntos de Estado que siempre están pendientes. Suele ser la oposición la que personaliza los errores y males del Gobierno en su presidente. Pero esta vez la personalización se hace, en más de un sentido, con su colaboración plena y voluntaria.

Su recurso a la exposición en los medios va más allá de la exposición: es exhibición. Por momentos se diría que asistimos a un proceso de rehabilitación. Auto rehabilitación, siendo más precisos. Con una característica inédita, además, porque no tenemos recuerdo de ningún presidente que decidiera presentarse a la competición electoral como una víctima. De todos se ha hablado mal. De todos se han dicho cosas que no les gustaba oír. A todos se los ha atacado de forma muy agria y desagradable. Y no se presentaron a las elecciones exhibiéndose como víctimas. Cierto que uno que ahora está también en un proceso de rehabilitación sorprendente, como Rodríguez Zapatero, no se victimizó todo lo que le pedía su carácter, porque se retiró para no sufrir una aplastante derrota. En fin. Que un dirigente de un partido minoritario se queje de que lo tratan mal en los medios es normal, y suele tener razón, pero que lo haga un presidente del Gobierno de un partido con el poderío del PSOE está injustificado, es ridículo y resulta infantil y egocéntrico.

La opción del victimismo es el desquite de un político inmaduro y poco profesional, pero se transforma en gancho electoral, siguiendo la senda populista conocida. Aquí, en concreto, siguiendo a Pablo Iglesias, que fue, y aún será, quien más vitriolo ha lanzado contra los medios "enemigos". En algún momento, Iglesias dijo algo que sonaba a boutade: la gente ya no milita en los partidos, sino que milita en los medios. El corolario era que el campo de batalla político eran los medios, pero no al modo tradicional en que siempre lo han sido. Para Iglesias, como ahora para Sánchez, los comunicadores, y mejor los de programas no directamente políticos, son los "enemigos" a los que hay que enfrentarse. Porque ese es el enfrentamiento que genera entusiasmo entre los fans y los hooligans. Nada le sube más la moral a la tropa que ver (o decir) que Sánchez le canta las cuarenta al presentador de un programa popular que le ha hecho alguna crítica. De modo que tiene que ir de víctima y de héroe, de llorica y de matón, y combinar los papeles como pueda, pero siempre termina dando la impresión de que los españoles le debemos algo por no tratarle todo lo bien que se merece.

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