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Cayetano González

En recuerdo de Miguel Ángel Blanco

Veintiséis años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, la situación es la siguiente: ETA ya no mata, pero su poder político es inmenso.

Veintiséis años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, la situación es la siguiente: ETA ya no mata, pero su poder político es inmenso.
Homenaje a Miguel Ángel Blanco. | EFE

El 10 de julio de 1997 era jueves. A primera hora de la tarde, un comando de ETA secuestraba en la estación de tren de Ermua a un joven concejal del PP de dicha localidad vizcaína, en lo que iba a ser un asesinato a cámara lenta. La banda terrorista pedía al Gobierno de entonces, presidido por José María Aznar, acercar a todos los presos de la banda a cárceles vascas en el plazo de 48 horas. De no hacerlo, matarían, como así sucedió, a Miguel Ángel Blanco.

Todos los ciudadanos recuerdan con mucha angustia aquellas 48 horas —se venía de la euforia diez días antes de la liberación por la Guarida Civil de José Antonio Ortega Lara— y, sobre todo, dónde estaban y qué hacían a medida que se acercaba el final del plazo dado por ETA, que eran las 16 horas del sábado 12 de julio. Por ejemplo, el ciudadano Arnaldo Otegui le dijo a Jordi Evole en una entrevista, que ese día, estaba en la playa de Zarautz tan tranquilo, porque pensaba que no iba a pasar nada.

El autor material de los dos disparos en la cabeza que acabaron con la vida de Miguel Ángel Blanco fue Javier García Gaztelu, alias "Txapote", tan "famoso" en los últimos tiempos por el eslogan de que "Te vote Txapote", dirigido a Pedro Sánchez, que se ha colado en las conexiones en directo de TVE en los Sanfermines, o ha sido coreado por un buen número de espectadores en la plaza de toros de Pamplona.

"Txapote", miembro también del comando Donosti que asesinó, además de Miguel Ángel Blanco, a Gregorio Ordoñez, Fernando Múgica, Fernando Buesa y su escolta Jorge Díez o José Luis López Lacalle entre otros, fue trasladado a la cárcel de Zaballa en Álava por Sánchez y su brazo ejecutor Marlaska en setiembre del pasado año, dentro del pacto con Bildu de acercar a todos los presos etarras a cárceles vascas, a cambio de que los herederos políticos de ETA apoyaran con sus votos a Sánchez y a su gobierno Frankestein en el Congreso de los Diputados. Presos por votos.

Por eso resulta patético e indecente oír en esta campaña electoral al todavía Presidente del Gobierno negar con vehemencia que él tuviera un pacto con Bildu, argumentando que no había ningún ministro de este grupo político en su gobierno, o que no existía ningún acuerdo por escrito. No ha hecho falta ni una cosa ni la otra, para que Sánchez haya blanqueado durante estos cinco años a Bildu, haya pactado con ellos leyes en las que los herederos políticos de ETA han tenido una influencia importante, como la mal llamada ley de Memoria Democrática, o que la socialista Chivite haya sido Presidenta de Navarra gracias al apoyo externo de Bildu con su abstención en la investidura, al igual que sucederá pasado el 23-J.

Bildu ha sido, junto a ERC, una pieza clave en el proyecto de Sánchez de destruir el marco político emanado de la Constitución del 78 e ir a un sistema plurinacional donde el País Vasco y Cataluña serían consideradas naciones con entidad propia. Y tanto Bildu como ERC seguirán siendo los aliados preferentes en el hipotético caso —ninguna encuesta lo contempla, salvo la de Tezanos—, de que Sánchez pudiera reeditar su gobierno Frankestein tras el 23-J.

El asesinato de Miguel Ángel Blanco supuso un antes y un después en la reacción social contra ETA. El grito de ¡Basta Ya! fue un símbolo con el que muchos españoles salieron a la calle para pedir el final del terrorismo. En aquel momento, conviene recordarlo para los ingenuos o desmemoriados, el PNV, en lugar de estar al lado de los demócratas, optó por irse a acordar con ETA el pacto de Estella, donde literalmente se excluía a los partidos constitucionalistas, PP y PSE, de posibles acuerdos o pactos en las instituciones.

Veintiséis años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, la situación es la siguiente: ETA ya no mata, pero su poder político es inmenso. Ha condicionado enormemente, gracias a Sánchez, la gobernabilidad de España con sus cinco diputados en el Congreso; es segunda fuerza política en el País Vasco, amenazando la primera posición del PNV, que se tendría bien ganado perderla en las próximas elecciones autonómicas; gobierna en muchos ayuntamientos de la Comunidad Autónoma Vasca y de Navarra tras las elecciones del pasado 28-M, y será pieza fundamental en la próxima investidura de la socialista Chivite en la Comunidad Foral, que no ha querido que se celebrara antes del 23-J precisamente para que no se visualizara tanto esa ayuda que le prestará Bildu.

ETA, por tanto, no está derrotada, como de forma frívola, superficial y falsa se atribuye para su gobierno el expresidente Zapatero, que está desmelenado en esta campaña. La ETA de los comandos terroristas fue derrotada, fundamentalmente, por la acción sacrificada, eficaz y constante de las Fuerzas de Seguridad del Estado. La ETA política está mas fuerte que nunca y su meta es detentar el poder, es decir, gobernar en el País Vasco, con Arnaldo Otegui de lehendakari y desde esa posición plantear la independencia de Euskadi, incluyendo Navarra. Ese es el triste panorama que tenemos, veintiséis años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Lo cual no implica que su Memoria siga muy presente, al igual que la del resto de las víctimas del terrorismo, en todos los españoles. El próximo 23-J será la oportunidad de castigar democráticamente con el voto a quien ha traspasado todas las líneas rojas, al blanquear, pactar y tratar como un partido más a los herederos políticos de quienes asesinaron a Miguel Ángel Blanco y a otras 856 personas.

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