
El debate cara a cara celebrado anoche en A3Media resultó más interesante de lo habitual en estos casos, pues permitió a los espectadores ver a un presidente del Gobierno mentir en tono tabernario incluso sobre algunos hechos indubitables que todo el mundo conoce. Especialmente él.
Sin necesidad de ser exhaustivos, Sánchez negó que Zapatero congelara las pensiones (lo hizo en 2010 con el voto a favor del propio Pedro Sánchez, entonces diputado), que esté gobernando con Bildu o Esquerra, que los españoles hayamos empeorado nuestro nivel de vida bajo su mandato o que llamara piolines a los policías nacionales destinados a Cataluña para detener la intentona golpista de sus socios de Gobierno. La abundancia de testimonios gráficos y sonoros al respecto es tan apabullante, que el intento de negar su existencia hace pensar en la existencia de algún rasgo problemático más allá del ámbito de lo político.
La mentira y las constantes interrupciones fueron las dos únicas armas de Sánchez para contrarrestar los duros ataques de Núñez Feijóo, que aporreó sin cesar al candidato socialista con el relato preciso y documentado de sus mentiras y traiciones en los cinco años que lleva en el Gobierno. No hubo flanco en el que Sánchez pudiera guarecerse porque no hay ni un solo ámbito de la política en el que su gestión no haya sido un ejemplo de deslealtad hacia todos los españoles. La tragedia de la ley del solo sí es sí, los indultos a los condenados por el proceso independentista, la supresión del delito de sedición y la rebaja del de malversación para que los separatistas mantuvieran a flote la legislatura fueron argumentos de peso en el discurso de Feijóo. En el plano exterior, el candidato popular aludió a la traición de Sánchez en el giro de la política española respecto al Sáhara y Marruecos, una decisión que adoptó tras el robo de los datos de su teléfono oficial y cuyos términos exactos aún hoy se desconocen. Frente a estas graves acusaciones, Sánchez sacó a la palestra como principales argumentos declaraciones extemporáneas de algunos líderes de Vox, el 11-M o la Guerra de Irak, tal vez la prueba definitiva de que su derrota no admite paliativos.
Sánchez demostró ser un tipo endiosado que lleva muy mal que se le reprochen las consecuencias de su vileza política, pero anoche demostró una falta de autocontrol lamentable que lo caracterizó ante toda España como un político malencarado y faltón que no acepta la menor crítica. Consciente de la debilidad de su posición en el debate, trató de embarrar el terreno de juego con una actitud agresiva que afectó incluso a su relación con los moderadores. En un momento del programa, en efecto, los dos periodistas tuvieron que insistir elevando la voz (Vicente Vallés incluso tuvo que llamarlo al orden "por tercera vez") para que Sánchez dejara de interrumpir a Feijóo y le permitiera hacer uso de la palabra en el turno que le correspondía. Esa fue la tónica general del debate por parte de Sánchez, frente a un Feijóo relajado que desgranó sus argumentos con una contundencia como pocas veces hemos visto en el presidente del Partido Popular.
Feijóo, además, jugó con el árbitro en contra o, al menos, la mitad de la dupla arbitral. Ana Pastor, incapaz de ceder el protagonismo a los candidatos, le dedicó a Feijóo una soflama ideológica izquierdista exigiéndole que se disculpara ante las mujeres (al parecer, ella las representa a todas) por sus pactos con Vox, excediéndose vergonzosamente en su papel de moderadora. Sánchez, en cambio, responsable de haber beneficiado a más de mil violadores y haber puesto en la calle a más de cien de ellos, no mereció el menor reproche de esta periodista de carril que, por el bien de nuestra democracia, no debería volver a participar en un debate entre candidatos.
