
Carles Puigdemont es el gato que siempre cae de pie, el tipo de las siete vidas y los siete diputados, el hombre en cuyas manos está el futuro de Sánchez, el misil extraviado sobre el que pivota la situación política nacional, el prófugo de la justicia, el golpista que huyó en el maletero de un coche, el hombre al que desprecian en ERC, al que dieron por amortizado los socialistas, el extravagante vecino de Waterloo al que unos pocos tratan como el presidente de una república que no existe. Ojo con Puigdemont. Lo querían fuera del tablero y ahora es la pieza de la reina.
Nuestro hombre en Bélgica saborea el momento. El pasado 5 de julio, una sentencia del Tribunal General de la Unión Europea (TGUE) determinaba que Puigdemont no goza de inmunidad parlamentaria. Venía de perder la alcaldía de Barcelona, de renunciar a un pacto en la Diputación de Barcelona, de perder las diputaciones de Lérida y Tarragona y gran parte del poder local de su partido, incluida la alcaldía de Gerona. Todo eran pulgas alrededor del expresidente regional de Cataluña y malos augurios, pero una carambola lo ha puesto en el centro de la pista, bajo los focos. Es el hombre de moda, el árbitro de la situación, tiene las llaves, aunque todavía no sabe qué hacer con ellas.
A Puigdemont se le amontonan las querellas. Está peleado con Junqueras, tiene un montón de facturas pendientes con ERC y también con el PSOE, a cuyo líder, Pedro Sánchez, no perdona los indultos y una reforma del Código Penal que en su lectura sesgada de los acontecimiento sólo sirvió para desactivar la causa republicana. Y ahora, casi seis años después de su huida y por seguir con los tópicos, la pelota vuelve a estar en su tejado. Cree llegado el momento de ejecutar algunas de sus venganzas, largamente rumiadas en la soledad de un chalet en las afueras de Bruselas.
De entrada, Pedro Sánchez, otro superviviente nato, cree que no habrá problemas para reeditar un pacto Frankenstein, que Puigdemont, al que prometió traer para ser juzgado en España, no pondrá inconvenientes a otro Gobierno social-comunista con el apoyo de todos los enemigos de la Nación. La tesis en la izquierda española es que Junts no se alineará con el PP y Vox, que no precipitará una repetición de las elecciones. Confían en la responsabilidad del prófugo y creen que dispone de eso que llaman "sentido de Estado", que no volverá a dispararse un tiro en el pie igual que el que se dio cuando entre convocar elecciones autonómicas o proclamar la república optó por destruir su futuro y el de Cataluña.
Puigdemont es tan coherente como tóxico y puede arrastrar a Sánchez en su prolongada caída. También es imprevisible, lo que aboca a España a un futuro negro y convulso. Justo antes de las elecciones, afirmó que Sánchez le había enviado emisarios con la promesa de un indulto tras un fugaz paso por la cárcel. A saber con qué oferta tratará ahora Sánchez de seducir al "pastelero loco", el apelativo que le pusieron sus propios adeptos.
