
Desde hace poco tengo sobre mi mesa la reciente y maravillosa edición que ha hecho el orfebre sevillano del libro, Pedro Tabernero, de los textos de Charles Baudelaire titulados El spleen de París, poemas en prosa, escritos publicados primero en la prensa parisina y reunidos tras su muerte en 1867. Sabido es que, como otros antes y después, el poeta adivinó que en los charcos también brillan las estrellas y que en el mal también crecen las flores.
En este libro, pueden leerse las sensaciones reflexivas del díscolo francés, que gritó "Muera mi padre" en la revolución de 1848, sobre la manera de eliminar a los menesterosos. Lleva por título "Acabemos con los pobres", aunque en otras traducciones se lee "Aporreemos a los pobres", que describe con crudeza lo que las palabras dicen. Verán, es muy sencillo y tiene una fuerte relación con lo ocurrido en España este pasado 23 de julio.
Baudelaire se va a la calle tras haberse zampado no sé cuantos libros sobre el arte de volver a los pueblos felices, sabios y ricos en veinticuatro horas, que, al parecer, ya se vendían entonces. Estos "empresarios de la felicidad pública" querían convencer a los humildes de que, en realidad, son reyes destronados. Infectado por la estupidez o el vértigo, cuando se encuentra a un indigente, hace caso a su Demonio de combate, no el prohibitivo de Sócrates, que le susurró al oído: "Sólo es igual a otro quien así lo prueba, y sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla".
Tal inspiración le hizo abalanzarse sobre un sexagenario mendigo para darle una paliza de muerte. Pero, oh, milagro, tras haberle propinado patadas y palos a mansalva, el pordiosero se revolvió y se defendió con dignidad y energía hasta el punto que invirtió la marcha de las cosas y zurró de lo lindo al poeta. En ese punto, advirtió el escritor que "con mi enérgica medicación, yo le había devuelto el orgullo y la vida". Fue en ese momento cuando lo consideró su igual y le recomendó aplicar su receta sobre otros.
La pobre e ingenua España democrática y nacional, la de la Constitución, sabe que en estas elecciones pasadas le han dado una paliza. En realidad lo que ha ocurrido no es nada nuevo. La alianza estratégica entre el socialismo, el comunismo y los separatismos data de 1934 como poco, con alguna interrupción dubitativa desde 1982 a 1993, si se quiere. Desde el año 2000, la contribución de José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez al futuro de la sociedad española ha sido revivir el pasado divisor y anticonstitucional, con una mala memoria histórica que borra los hechos y escribe patrañas.
Algunos comienzan a vislumbrar que el social-comunismo-separatismo está ganando etapas sucesivas que conducen a una inminente independencia en País Vasco y Cataluña, por ahora. Como subraya mi amigo malagueño José Manuel Cruz, el resultado es inequívoco. En la primera región, de los 18 escaños en litigio, social-comunistas y separatistas han obtenido 16, y tan sólo 2 el PP. En la segunda, de los 48 diputados posibles, social-comunistas y separatistas suman 40, mientras PP y Vox suman sólo 8. Hay que estar ciego para no ver lo que se avecina. Ambos territorios parecen balsas de piedra que se desgajan del resto de España.
No fue siempre así, pero alguien lleva dándole un palizón a España como nación desde hace mucho. En el País Vasco fue posible, desde el año 2000, una mayoría no separatista que el "helador" PSOE de Patxi López reventó tras ser investido lendakari con los votos del PP. En Cataluña, aunque los social-comunistas y separatistas siempre han tenido mayoría parlamentaria, Ciudadanos llegó a ser el partido más votado y con PSOE y PP igualaron los sufragios independentistas. De eso, apenas queda nada. Muchos tienen que hacer un examen de conciencia y precisar un propósito de enmienda estratégico y común.
¿Es tarde? Puede serlo si se consuma el nuevo gobierno monstruoso de un Pedro Sánchez dispuesto a todo para mantenerse en el poder. A nadie le cabe duda de que los separatismos le han prestado muchos votos para que haga lo que se espera de él: seguir desviando dineros comunes a las arcas separatistas y admitir consultas decisivas por la independencia en las dos Comunidades, una vez legalizadas por un Tribunal Constitucional sometido. Luego ya se verá en un proceso de alto riesgo para las libertades, el bienestar y el futuro de la realidad histórica de España.
En efecto, a la España constitucional que creyó en la convivencia y la tolerancia democráticas se le ha dado una paliza de muerte. Pero al contrario que en el caso del pobre de Baudelaire, los agresores han sido muchos y variados. Entre los apaleadores hay que contar a partidos nacionales, como un PSOE que ha alentado esta deriva; como un PP que, cuando ha podido ha preferido el tacticismo miope o mezquino; como un Ciudadanos que no tuvo la cabeza bien amueblada y ahora, como un Vox que parece preferir mirar el dedo que señalar a la Luna.
Y lo que es peor. En vez de reaccionar como el aporreado de Baudelaire y revolverse contra un destino impropio, la pobre España o España la pobre, se queda tirada en su suelo, dolorida y perpleja pero incapaz de reaccionar desde la rabia y el orgullo. Pues eso, sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla y defenderla. Y que salga el sol por Antequera porque aquí ya cabe cualquier cosa. Aunque ¡quién sabe si en estos males crece alguna flor y en este charco brilla alguna estrella!
