La renuncia de Juan Luis Steegmann, que no será diputado a pesar de que el adiós de Iván Espinosa de los Monteros le permitía obtener un escaño que en principio no le correspondía, es otra evidencia más de la crisis en la que los resultados electorales y su propia evolución están colocando al partido que preside Santiago Abascal.
Y lo es por varias razones, pero sobre todo porque pocas personas ejemplifican como él esa parte sensata, necesaria y valiosa que parece que Vox va perdiendo a marchas forzadas. El doctor Steegmann ha sido uno de los diputados más destacados durante la pasada legislatura, sus intervenciones y su sentido común durante la pandemia fueron ejemplares y de gran utilidad y significado político. Sin embargo, esos posicionamientos razonables y nada complacientes con la inoperancia del Gobierno le granjearon una actitud extremadamente hostil en parte del propio entorno de Vox.
Tan es así que su inclusión en las listas fue una sorpresa y que, según los que conocen bien el partido, durante todo este tiempo sólo el respaldo del propio Santiago Abascal ha permitido a Steegmann mantenerse a flote políticamente. Pero la situación parece haberse vuelto tan irrespirable como para que ni siquiera con ese respaldo haya querido seguir ejerciendo de diputado o, también es significativo, mantenerse en el Comité Ejecutivo Nacional del partido.
Vemos, por tanto, cómo Vox está pasando de ser una formación que era capaz de atraer talento, incluso en la situación de desprestigio de la política que se vive en la España actual, a ser una que no sólo lo expulsa sino que parece felicitarse por hacerlo: ahí están celebrando el adiós de Steegmann las hordas de tuiteros faltones y radicales que, si bien es obvio que no son órganos oficiales de Vox, sí parecen ejemplificar el ambiente faltón y fanatizado que se vive en el entorno del partido y que, en no pocas ocasiones, da la sensación de influir muchísimo más de lo debido en las decisiones y las actitudes de su cúpula.
Por mucho que se nieguen a admitirlo, por mucho que se señale a los medios, las encuestas o las conspiraciones globalistas, Vox está en un momento complejo que puede marcar su futuro: si sigue en esta dinámica de convertirse en un partido dominado por una camarilla de personas muy radicales, con muy poco fondo político y con ideas descabelladas sobre cómo tiene que ser la comunicación en la España actual, podemos estar prácticamente seguros de que va a entrar en un proceso de decadencia del que muy pocos proyectos políticos logran salir.
Si, por el contrario, sus líderes recobran la cordura que ha tenido durante la mejor parte de su historia, si comprenden que para tener influencia política y éxitos electorales Vox debe ser un punto de reunión de tendencias más y menos conservadoras y también de liberales, si se dan cuenta de que lo que de verdad quiere el grueso de sus votantes es que se mantenga una relación normalizada con los medios de comunicación preferidos por esta base social, Vox todavía tendrá mucho que hacer y que decir en un momento en el que ninguna voz que apueste por España, la libertad y el constitucionalismo está de más.