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Fernando Villavicencio, nuevo mártir de la civilización

Presiento que algo no va bien y puede ir a peor. Son las consecuencias de no tener valentía para reformar lo que debe ser reformado.

Presiento que algo no va bien y puede ir a peor. Son las consecuencias de no tener valentía para reformar lo que debe ser reformado.
Fernando Villavicencio | EFE

No sólo de la civilización occidental de origen grecolatina y cristiana sino de casi todas las demás vigentes. Cierto es que la nuestra heredó el "no matarás", el "no robarás", "el no darás falso testimonio ni mentirás" o el honrar a la familia del libro sagrado por excelencia, algo igualmente presente en la mayoría de las demás civilizaciones cercanas desde el código de Hammurabi hasta El Corán, con algunas salvedades en su caso.

Esto es, la civilización consiste en respeto por la vida, por la propiedad, por la verdad y por el derecho a la continuidad. En Occidente, se ha llegado tan lejos que incluso hemos decidido ser libres y recíprocamente tolerantes, tras un infierno de guerras, en un marco de seguridad sin el cual ninguna civilización es posible.

Ha habido otros muchos mártires, pero no se trata aquí de hablar de las víctimas que sufrieron sacrificios por su fe. Aquí rendimos homenaje a los que fueron asesinados por la defensa de la civilización, en este caso, occidental. Fernando Villavicencio no es el único. Ha habido muchos y no sólo en la América del Sur, cada vez más lejana al legado español y europeo sino entre nosotros. Ahí tenemos a los casi mil españoles exterminados por ETA por razón de su defensa de la Constitución y del derecho a la continuidad de la nación española.

Lamentablemente, la teoría del derecho a matar al discrepante, al disidente, al adversario, se ha impuesto en algunas zonas de la política, sobre todo en la extrema izquierda. Cierto es que en la derechas extremas también existe tal tendencia, pero desde las grandes revoluciones de los siglos XVII, inglesas, y XVIII, la francesa, la semilla de la muerte ajena por "necesidad de la Historia" o "la virtud" ha admitido que pueda matarse a cualquier persona por pensar de otra manera, sencillamente, y oponerse al dictado de los que quieren imponer su modo de vida de forma dictatorial.

Resulta inquietante que en sociedades como las occidentales, en las que el desarrollo de valores democráticos ha llegado tan lejos como para proscribir que el Estado pueda imponer la pena de muerte, haya grupos, sectas, mafias, credos o partidos que se arroguen el poder de terminar con las vidas humanas para lograr sus fines. Nuestra civilización sólo consiente matar en defensa propia, ya sea de forma individual o de forma colectiva en caso de guerra. A los nuevos bárbaros les da igual.

¿Es que estamos ante el fin de la civilización en la que hemos nacido? No es una cuestión nueva. Ya Ortega, comentando a Toynbee, decía que Europa había creado, y desarrollado en América, un sistema de normas, tal vez no las mejores posibles, pero sin duda, definitivas mientras no existan otras. Dar por caducados los valores liberales-democráticos sin más no es más que una vuelta a la tiranía. Como ha dicho el profesor Anxo, comprar cuesta menos que robar y, añado yo, convivir es menos dañino que matar, pero cuando las personas se animalizan y dejan de reconocer instancias y valores superiores a ellas, toda barbarie puede volver.

La mezcolanza terrible de mafias de las drogas y partidos políticos en Sudamérica donde se ha visto incluso a hijos denunciando la corrupción de sus padres y el origen del dinero de sus campañas (caso Petro y no es el único), está llevando a que los hombres y mujeres que defienden los valores de la cultura occidental sean cada vez más acosados e incluso sacrificados. Son nuestros nuevos mártires. El poder de los cárteles de la droga es tal que su dinero supera cualquier otro tipo de ingresos. Que su penetración parece imparable lo muestran las 107.000 muertes por sobredosis en Estados Unidos en 2022 (fueron 92.000 en 2020). Cuando este poder es capaz de penetrar en la vida política de las democracias estamos al borde de una desintegración.

Se dirá que estoy asustado. Sí, y alarmado. Quizá sea porque el pobre Villavicencio fue periodista de investigación como muchos otros asesinados en otros países hispanoamericanos – yo también lo fui durante años con mejor suerte—. Su respeto por los hechos y su verdad acabó con todo un presidente, el infame Rafael Correa, que anunció en un tuit al ahora asesinado: "Pronto se te acabará la fiesta". Y así ha sido. Por cierto que este prófugo de la justicia ecuatoriana ha hecho campaña electoral en el país que ahora llora a Villavicencio. Para los españoles, el papel escandaloso de los prófugos no es ninguna novedad.

La civilización en la que hemos desarrollado nuestra vida no parece resuelta a defender lo que quiere. Hay quienes son optimistas y creen que hay remedios para la enfermedad. Pero las élites del dinero, de los partidos y de la justicia están cada vez más al alcance del poder de las mafias y menos al alcance de unos ciudadanos que sufrimos decisiones, esquilmaciones y adoctrinamientos como nunca antes. Presiento que algo no va bien y puede ir a peor. Son las consecuencias de no tener valentía para reformar lo que debe ser reformado.

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