En las monarquías parlamentarias europeas, la derecha suele ser más respetuosa con las limitadas funciones del monarca que la izquierda. Sin embargo, hoy es precisamente el PP el que se empeña en reclamar para sí un derecho inexistente a intentar la investidura por haber sido el partido más votado. Haciéndolo, merma la facultad del rey de presentar a quien él estime oportuno y que no será otro que quien tenga más probabilidades de ser investido, no el más votado. El malentendido que el PP está ayudando a propagar proviene de dos factores. El primero es la idea de que el cabeza de lista de cada partido por la circunscripción de Madrid es el candidato a la presidencia del Gobierno. Ninguna ley dice esto. Celebradas las elecciones, todos los partidos, incluido el vencedor, pueden apoyar a quien quieran. No tienen por qué ceñirse al cabeza de lista por Madrid. En un momento de grave crisis institucional puede ser necesario que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo en una tercera figura distinta de sus respectivos líderes que genere amplio consenso para encabezar el Gobierno. Es perfectamente democrático transmitírselo así al rey y que éste lo presente como candidato a la presidencia del Gobierno.
El segundo factor es consecuencia de que, aunque no haya posibilidad de encontrar a nadie que reúna los apoyos necesarios para ser investido, el rey ha de proponer al menos a uno con el fin de que puedan empezar a correr los dos meses necesarios para disolver las Cortes y convocar unas nuevas elecciones. La negativa de Rajoy en 2016 a presentarse a pesar de haber sido propuesto por el rey transmitió la falsa impresión de que se es candidato a la investidura por mera decisión personal cuando los resultados la respaldan, como si las consultas del rey y la presentación que éste hace al Congreso de los Diputados fuera meramente formularia. No deja de ser sorprendente que aquella negativa, que debilitó a la Monarquía del modo que hoy padecemos, la realizara un líder de la derecha.
Este infantil empeño del PP en que sea su líder el elegido por el rey para intentar la investidura en primer lugar, debido en parte a estos factores que no son responsabilidad de Feijóo, no sólo pone en tela de juicio el derecho del rey a elegir a quien libremente decida, sino sobre todo ignora su grave obligación de presentar a quien más posibilidades tenga de obtener la investidura. Las consultas son precisamente para averiguar quién es esa persona, no para que los distintos cabezas de grupo le planteen sus deseos personales al monarca. En las consultas posteriores a estas últimas elecciones, precisamente por no haber obtenido ninguno de los dos grandes partidos la mayoría absoluta y estar ambos muy lejos de ella, la opinión que más le interesa al rey conocer no es la de Feijóo o Sánchez, sino la del resto de grupos para así averiguar quién de los dos, sumando a estos apoyos los de su propio partido, tiene mejores probabilidades de ser investido.
Lo peor es que, si Feijóo logra transmitir la sensación de que es candidato porque se ha ganado ese derecho en las urnas y no porque haya acreditado en las consultas al rey tener más respaldos, el PSOE y Pedro Sánchez podrán criticar que lo sea sin tener respaldos suficientes. Y, aparentando criticar a Feijóo, estarán criticando al rey por presentarlo. Con esta clase de amigos, la Monarquía no necesita enemigos.

