Como sabe de sobras cualquiera que se haya movido un poco por dentro de ese triángulo imaginario que reparte sus vértices entre la provincia de Gerona, Mallorca y la linde norte de la Región de Murcia, el idioma ampliamente mayoritario de los pobladores de los Países Catalanes resulta ser el castellano. No obstante lo cual, una de las grandes cuestiones que condiciona que la cuarta economía del euro pueda disponer de presidente remite al trascendental asunto del catalán y el valenciano; en concreto, al de si deben disponer ambas hablas de un tratamiento segregado en el inminente Congreso Polifónico de los Diputados. Grave asunto.
Si bien a un gallego sobrevenido, sin ir más lejos yo mismo, el argumento de que catalán y valenciano resultan ser el mismo idioma no le impresiona mucho. Y es que lo que la gente habla en Vilanova de Arousa y el portugués, igualmente podría ser el mismo idioma. A fin de cuentas, el portugués no es mucho más que un gallego algo retorcido y pronunciado de modo que suena raro. Pero si hoy se las considera dos lenguas distintas, ello acontece así solo porque las autoridades políticas de Portugal y de Galicia decidieron en su momento que debían ser eso, dos lenguas distintas. A tales efectos prácticos, los filólogos no son otra cosa que simples peones camineros a las órdenes del poder institucional de turno.
Pero yo quería escribir hoy del chino, no del valenciano normativo ni tampoco del aragonés en que piensa legislar, según dice, uno de la Chunta que ha salido diputado. Porque el Partido Comunista Chino parece tener muy claro que su idioma doméstico, el que hablan más de 1.400.000.000 millones de seres humanos, no resultará útil ( por su dificultad intrínseca) cara a convertirse en la potencia hegemónica global. Y debaten en serio adoptar el español ( no quieren el idioma del enemigo estadounidense) como segunda lengua. Si eso pasa, el español será no la primera lengua planeta, sino la primera de la Vía Láctea y alrededores. Pero nosotros, con lo del valenciano.

