
Es la hora de la política. De la argumentación. Quizá al final de este proceso siga primando el engaño, la reducción de la política a equiparación de valores radicalmente diferentes, pero nadie puede dudar de que estamos ante una nueva oportunidad a la política. El Rey ha traído sentido común donde reina la ideología y el engaño. Se diría que ha terminado con los a prioris políticos y abre una nueva etapa de política real. Las interpretaciones interesadas, falsas y retorcidas de los resultados de las elecciones del 23 de julio terminaron con la decisión de Felipe VI: "Preséntese a la investidura el candidato que ha ganado las elecciones". Otra cosa es que Núñez Feijóo consiga o no ser investido. Lo importante ahora no es el resultado final sino el procedimiento, el método, para crear un bien común, clave en la formación democrática de la voluntad popular, que es la conformación de un gobierno para España.
Quizá no hubiera sido necesaria la justificación de la Jefatura del Estado para elegir al candidato del PP para someterlo a un examen parlamentario tan singular e importante como es el acto de investidura, pero nunca sobran los argumentos, las razones, cuando se trata de crear vínculos, conexiones y relaciones para crear bienes en común, que no otra cosa es la gran política. Bienvenida sea, por lo tanto, la argumentación del monarca, porque añade a la legitimidad de origen de la Real institución una "legitimidad de ejercicio". La decisión de Felipe VI, frente al acoso ideológico sufrido por el ganador de las elecciones del 23 de julio para que renunciara a su legítimo derecho de presentarse a la investidura, es toda una lección política para quienes consideramos que el régimen democrático es más un estilo de vida que una suma aritmética.
En todo caso, la regla de las mayorías sólo podría justificarse en el hipotético caso de que en el reino de lo concreto y contingente las opiniones de los individuos libres tuvieran igual valor. Eso es imposible, o peor, una ridícula conjetura. No pueden tener el mismo valor las opiniones de quienes quieren destruir el fundamento de la democracia, la nación, que aquellos otros, genuinos demócratas, que permiten a los enemigos de la democracia participar en sus instituciones. Es obvio que no son equiparables las opiniones de los partidos políticos que cuestionan las funciones del Jefe del Estado, Felipe VI, hasta el punto de que no acuden a la cita para ser consultados sobre cuáles son sus preferencias para elegir a un candidato, con la de aquellos otros partidos que cumple con la ley. Dicho en corto y por derecho, los votos del Bloque Gallego, Esquerra, Junts y Bildu no pueden tener el mismo valor democrático que el resto de fuerzas políticas que se someten a la estricta legalidad. No deben ser ser equiparadas las opiniones de los defensores de la democracia con la de sus enemigos. O sea, a PP y PSOE se les abre una nueva oportunidad para pactar antes entre ellos que con los enemigos de la democracia. Sí, dicho con toda la candidez a la que puede aspirar un escéptico radical, al PSOE se le abre en este tiempo una nueva oportunidad de explorar otras formas de hacer política que someterse a los dictados de los enemigos de la democracia. También al PP se le abre la posibilidad de intentar otras fórmulas imaginativas de gobierno. Ojalá aproveche Núñez Feijóo esta ocasión para darnos una idea del Estado dentro de la Nación.
