A la luz del rollo del futbol y del tipo que puso ahí Sánchez, pocas personas decentes han dejado de exclamar: "Son todos unos impresentables". Sí, sí y sí: Makinavaja, el último "choriso", un hijo de la gran puta, macarra y atracador del Barrio de Chino de Barcelona, protagonista de una famosa serie televisiva, era y es más persona, o sea más auténtico consigo mismo, que la entera clase política, periodística e intelectual española. Claro que salvo a ciertos "opinadores". ¡Sólo faltaba! Pero el corral es el corral. Esto es indiscutible. Está a la vista de todos. El gallo controla a todas las gallinas. Ni siquiera hay un toro que ponga un poco de orden, o sea que traiga una pizca de miedo al gallinero. Daría cualquier cosa por comparar a un político español con un toro de lidia, pero me resulta imposible. Esto, España, no es ya una Dehesa para criar al bello toro bravo del país más hermoso del mundo, sino un asqueroso corral para ser transformado en una explotación ganadera extensiva o intensiva. Es lo único que permiten los atildados dirigentes de la Unión Europea.
Ojalá pudiera hallar un político español para compararlo con un toro de lidia. Ojalá la casta dirigente pudiera comportase como los peores toros de la ganadería brava española. Ojalá pudiese clasificar a un dirigente español entre los tipos de toro abantos de la ganadería de los herederos de mi admirado Cuadri. Imposible. Los políticos españoles, o sus turiferarios intelectuales, no se refugian en tablas. Simplemente huyen de los conflictos que ellos mismos provocan. Esta gentuza es inclasificable. Sí, diría un moralista impenitente, son nada. ¿Nada? No. Son nihilistas, sin duda, pero con un poder inmenso para mantener bajo su bota a la población. El método para mantenerse ahí, o sea, para seguir viviendo del momio es el de siempre: un conjunto de mentiras, engaños y trolas para seguir privatizando, patrimonializando, es decir, robando el espacio público-político. Todo lo que dicen es de boquilla, especialmente, defienden la democracia para trocear la nación. En verdad, esto no es ya una Nación sino un simulacro. No hay institución pública que no esté contaminada, cuando no devorada, por este conjunto de ladrones, incapaces de representar a nadie, o decir algo con coherencia. Esta chusma hipócrita, con el gallo a la cabeza, controla a latigazos todas las instituciones, o mejor dicho, a los "personajes" clave que dirigen esas cochambrosas organizaciones y establecimientos que conocemos por el nombre de Academias, Universidades, Centros Educativos de "elites", Medios de Comunicación, Periódicos y así hasta la náusea…
¿Entonces por qué no hay una revuelta "social" contra este tinglado político? Porque la sociedad española es muy débil, casi toda ella es dependiente de esa canalla. Es una sociedad sufrida y esclava de las miserias políticas de un Estado de Partidos de corte autoritario. La sociedad española, en los últimos cuarenta años, no ha sido educada en los valores esenciales de la democracia, la libertad y la igualdad de todos ante la ley, sino que ha estado pastoreada por una casta dirigente para que siga votando sin preguntarse a quién y por qué votaba. Ha sido una comunidad amaestrada para conformarse con llenar la andorga e ir tirando. Para los políticos españoles la Nación, como la Dehesa española para la Unión Europea, apenas es un nombre entre una explotación agraria y otra ganadera de carácter extensivo e intensivo. La casta política, en efecto, ha aceptado de buen grado convertir la nación, la dehesa del toro bravo, un modelo de equilibrio ecológico, en un puñetero corral de gallinas.
En fin, a propósito del rollo de la FIFA y el fútbol español castigando los gestos obscenos de un patán, ha emergido una vez más a la superficie la hez del pozo negro de nuestra historia: la cobardía. Esa que desgarra la pluralidad humana de una sociedad desarrollada hasta convertirla en una multiplicidad animal. ¿Por qué no dimitió el de los gestos groseros?, ¿por qué no lo destituyó quien ahí lo puso?, ¿quién es más cobarde el primero o el segundo? Esos interrogantes implican, sin duda alguna, distinciones morales y clasificaciones político-morales sobre los tipos de vicios y virtudes, pero eso es algo que no importa ya a los protagonistas, porque ellos no están en el mundo de la dehesa sino del corral donde todos los gallos son intercambiables. Y, sin embargo, dicen los más optimistas, aún reina la paz en este corralito. Quizá. Aunque todo desprende una aroma de paz de cementerio. La política española está muerta, porque el político español no le interesa nada que no sea él mismo… ¿Cuánto durará esta mortecina paz? Todo lo que aguante la capacidad del pueblo en la defensa de un infinitivo honrado y limpio: conllevar.

