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José García Domínguez

Retrato moral de Jennifer Hermoso

Por lo visto, una cosa es arruinar la vida de un tercero, pero otra muy distinta arruinar las propias vacaciones en Ibiza.

Por lo visto, una cosa es arruinar la vida de un tercero, pero otra muy distinta arruinar las propias vacaciones en Ibiza.
La jugadora Jennifer Hermoso | EFE

En el instante de comenzar a redactar estas líneas, la deportista empleada en México Jennifer Hermoso, aparente víctima de un presunto acto de agresión sexual que ha tenido como consecuencia la fulminante muerte profesional y civil del padre de familia Luis Rubiales, supuesto culpable de un delito castigado tras la última reforma del Código Penal con entre uno y cuatro años de prision, persiste en su actitud renuente a colaborar con la Justicia. Así, la señora Hermoso, pese a las gravísimas secuelas derivadas de su testimonio acusatorio, continúa obstaculizando de modo tácito la intervención de los jueces en el caso; de los jueces de verdad, no de esos de broma que nombra el ministro Iceta entre sus empleados de confianza en el Ministerio de Cultura. Por lo visto, una cosa es arruinar la vida de un tercero, pero otra muy distinta arruinar las propias vacaciones en Ibiza.

La veterana futbolista, que al final de su carrera ha logrado acceder al olimpo de la popularidad mediática y a la simpatía gubernamental gracias a convertirse en bandera de una causa —la del feminismo woke— que cuenta con poderosos patrocinadores públicos y privados, está dando ahora la callada por respuesta al requerimiento del Ministerio Fiscal, que la anima a abrir la puerta a la intervención de los tribunales a través de la interposición de la correspondiente denuncia ante la Audiencia Nacional. Pues al tratarse la hipotética víctima de una persona mayor de edad y no discapacitada, solo a ella corresponde instar la acción de los jueces. Pero ni con esas. La señora Hermoso, está claro, no quiere saber nada de togas.

Ella prefiere que la cuestión se solvente en el exclusivo ámbito de las manadas de las redes sociales y en las sentencias firmes e inapelables dictadas en las portadas de los periódicos, amén de en las encíclicas paganas de obligado cumplimiento que tengan a bien emitir al respecto la vicepresidenta Díaz y su igual Irene Montero. En fin, allá Hermoso con su conciencia. Pero yo no puedo dejar de imaginar qué estarán pensando todas esas mujeres anónimas, las violadas y sexualmente vejadas que arrastran verdaderos traumas crónicos y auténticos cuadros depresivos de por vida, ante las muy alegres risas de la jocosa Hermoso.

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