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Cristina Losada

Las malas ganadoras

El buenismo feminista nos sale machista porque no cree que las mujeres puedan luchar por el poder con las mismas sucias armas que usan los hombres.

El buenismo feminista nos sale machista porque no cree que las mujeres puedan luchar por el poder con las mismas sucias armas que usan los hombres.
Jorge Vilda observa un entrenamiento de la selección femenina de fútbol. | Cordon Press

Los instigadores de una de las mayores manipulaciones de la opinión pública de los últimos tiempos han bajado el ritmo considerando, seguramente, que ya tienen suficiente. Mejor quedarse en el linchamiento del vilipendiado Rubiales y en someter a otros a humillante confesión de culpa, que continuar prendiendo hogueras y arriesgarse a un mayor efecto boomerang. No es fácil controlar una operación de castigo como ésta, en la que andan juntos y revueltos un montón de justicieros que compiten por arrancar cabelleras de hombres blancos machistas, incluida la que no luce el villano principal.

La competencia ha sido feroz. Yolanda Díaz aprovechó para sustituir a Montero como jefa de las vengadoras y dejar claro que no se necesita a la vetada para escarmentar al macho indócil; Montero ha podido reivindicarse y rematar su reino del terror loco con unas buenas decapitaciones; y el socialismo se subió al carro de la guillotina por cobardía y propio interés, como otras veces. Igual que en El asesinato en el Orient Express, son muchas las manos que asestan las puñaladas, pero a diferencia de la obra de Christie, aquí cada una apuñala por un móvil distinto.

Uno de los móviles menos aclarados es el que han podido tener unas jugadoras de la selección que no vieron pecado ninguno en el "pico" hasta que el Ministerio de Igualdad lo denunció como mortal y se armó el escándalo planetario. ¿Se sumaron al linchamiento por convicción feminista tardía? ¿Por presión ambiental? ¿Aprovecharon la ocasión para un ajuste de cuentas? Todo es posible, pero vamos a los antecedentes. Porque en la selección estalló hace un año una revuelta de jugadoras y la Federación, con Rubiales al frente, la paró sin miramientos. Las rebeldes lanzaron acusaciones de manipulación y alegaron que no pedían la cabeza de Vilda, pero era blanco y en botella: estaban cuestionando su autoridad. Y el anterior entrenador dimitió por presiones de las jugadoras. Y hace un par de años, las jugadoras del Barcelona consiguieron poner en la calle al suyo. Para ciertas futbolistas, echar al míster es costumbre.

Por qué entonces, a la vista de los precedentes, no nos dejamos de ingenuidades y vemos una vendetta como una catedral. Una vendetta de las futbolistas contra los que fueron duros con las rebeldes y sus cómplices, a las que hicieron quedar como niñatas, y una vendetta para acabar con Vilda, el entrenador que las ha llevado a ganar un Mundial, pero las tiene bajo un control férreo que algunas no quieren soportar. Naturalmente que hay otra interpretación. Es la que proporcionan el buenismo feminista y la sororidad candorosa: donde unos vemos jugadoras que no quieren aceptar las exigencias de disciplina del deporte de élite, ven en cambio profesionales que piden mejoras razonables, pero sufren humillaciones y padecen el machismo de los hombres malos del fútbol.

Cada uno que vea lo que quiera. Pero hay que hacer constar que para el buenismo feminista, lo de la vendetta no sólo es inaceptable. Es inconcebible: las mujeres son santas por definición. El buenismo feminista resulta que nos sale machista, porque no cree que las mujeres puedan luchar por el poder - de eso va esta historia, de quién manda- con las mismas sucias armas que usan los hombres, más las de uso exclusivo, que también. En su último libro dice Finkielkraut que las feministas han resultado ser malas ganadoras. Esta sentencia suya se aplica con particular justeza a las futbolistas de la selección. Porque habrán destruido a sus enemigos, pero como todas las malas ganadoras, han destruido ante todo su propio triunfo.

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