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José T. Raga

La educación como 'res sacrae'

La educación es algo tan crucial para una nación y sus ciudadanos que no puede confiarse al trapicheo de intereses espurios.

La educación es algo tan crucial para una nación y sus ciudadanos que no puede confiarse al trapicheo de intereses espurios.
Aula de Primaria en Andalucía | Europa Press

No quisiera que la pasión me cegara tanto, como para no conocer el mundo actual. Lo que trato de indicar en el título es que la educación no es una cosa más del universo público/privado, susceptible de manosearse a capricho del poder.

Los romanos, genéricamente, llamaban cosas sagradas a aquellas que estaban fuera del comercio de los hombres; es decir, sobre las que no se podía negociar ni transigir.

Algo de eso, pero con poca fortuna, ha sido la definición de la Universidad, como un servicio público, más por ser la sociedad entera la destinataria de sus efectos, que por el propio carácter de la educación. De hecho, el pueblo identifica "servicio público" con el suministro de electricidad, o de transporte público… que están en el mercado y se asignan mediante precio.

Los romanos, además, dentro de las cosas que estaban fuera del comercio de los hombres, distinguían entre las cosas de derecho divino y las de derecho humano; ninguna de ellas podía ser objeto de apropiación privada, estando todas dirigidas al goce de todos los ciudadanos.

Entre nosotros, la RAE, define sagrado/da, entre otras, como aquello "que por su destino o uso es digno de veneración y respeto". Siendo así, lógicamente, no pueda estar al albur de los seleccionados por los votos populares.

¿Es esto un menosprecio a la democracia? Nada más lejos de la realidad. Lo que sí digo es que, quien ha sido elegido por los votos para cualquier función, la experiencia muestra que, desde el inicio, pretende ser votado al término, para dicho cargo o para otro equivalente o superior. Los ejemplos son infinitos y las excepciones escasas.

Ello hace que transijan, en contra incluso de sus rectos criterios, para asegurar la próxima elección. En otras palabras, la educación es algo tan crucial para una nación y sus ciudadanos, que no puede confiarse al trapicheo de intereses espurios que, entre quienes nos gobiernan, o gobiernan los centros educativos, son muchos y perseverantes.

Lo fundamental para una buena educación, no para simulacros de ella, son los educadores –maestros, profesores—; tan importantes, que de su labor depende el futuro del niño, del adolescente, del joven universitario, del ser humano…

Desde el día que la criatura ve la luz, ya, desde ese mismo momento, reúne en sí mismo, aunque todavía imperceptibles, un conjunto casi infinito de potencias.

¿Será un Mozart, un Fleming, un Einstein, un Pablo VI, un van Gogh, un Poper o un Maritain…?

Quién sabe. Todo dependerá del proceso educativo, de formación, que reciba en su vida; es decir de sus maestros, de sus profesores. Ellos serán los que, consagrados a la misión de educar, de formar el intelecto, convertirán aquellas potencias, en actos reales, para el bien de la humanidad.

¿Era eso lo que debían hacer los ministros de Educación de la U.E. reunidos informalmente, días atrás, en Zaragoza? Que Dios nos proteja. La reunión se planteó como informal; quizá, porque la educación no merecía mayor formalidad.

La convocatoria, informal; el contenido, simples formalidades. Tanto, como empezar la casa por el tejado, a decir de algunos.

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