Si algo ha demostrado el proceso separatista es que ha resultado ser un pésimo negocio para el conjunto de los catalanes, no así para los partidos nacionalistas y sus particulares redes clientelares, que, gracias a la grave tensión política y la profunda división social que han provocado durante estos años, han logrado mantener el poder contra viento y marea. Poco o nada han importado las crisis económicas, la destrucción de riqueza o la pésima gestión de las cuentas y los servicios públicos.
Ondear la bandera independentista les ha servido para ocultar sus desmanes usando como excusa la invención de un enemigo imaginario, que no es otro que España y los españoles, a modo de chivo expiatorio. Pero mientras las élites independentistas han seguido saboreando las mieles del poder, la economía catalana ha sufrido un constante y sustancial declive, cuya factura ya están pagando familias y empresas.
Hasta hace pocos años, Cataluña era el principal motor económico de España y la región más rica de régimen común, exceptuando las comunidades forales de País Vasco y Navarra. Sin embargo, la pujanza, prosperidad y modernidad de antaño son hoy un vago recuerdo como consecuencia de una deriva, iniciada en 2012 y culminada en el referéndum ilegal de 2017, cuyos frutos han sido la quiebra institucional, la inseguridad jurídica, la polarización política, la fractura social y el deterioro económico.
El punto de inflexión se produjo en 2017, con la declaración unilateral de independencia, momento en el que el PIB catalán es superado por el madrileño. Desde entonces, la brecha se ha ensanchado, a pesar de que Cataluña cuenta con un millón más de habitantes que Madrid. Su renta per cápita ronda los 29.900 euros al año, por detrás de Navarra, País Vasco y, sobre todo, Madrid, que encabeza el podio con más de 34.800 euros.
Y la razón se debe, en parte, al éxodo empresarial. Cataluña ha perdido más de 6.000 empresas en términos netos desde 2012, la mayoría de las cuales huyeron entre 2017 y 2018, coincidiendo con el momento álgido del procés. Y lo mismo sucede con la inversión extranjera, donde ha seguido perdiendo peso y posiciones en los últimos años, situándose incluso por detrás del País Vasco, siendo Madrid el destino favorito de los inversores, a una gran distancia del resto, al concentrar más del 50% de todo el capital foráneo que aterriza en el país.
Y todo ello sin olvidar que la Generalidad ha protagonizado una lamentable gestión de los recursos públicos, encadenando déficit tras déficit, hasta el punto de acumular la mayor deuda pública de todas las comunidades autónomas, con más de 85.000 millones de euros, equivalente al 33% de su PIB y cerca de 11.000 euros por habitante. Madrid, por el contrario, es la región con menos deuda, con tan sólo el 14% de su PIB.
Hace años que Cataluña habría quebrado sin la asistencia financiera que le presta de forma incondicional el Estado haciendo uso del dinero del resto de españoles. Y esa es la razón por la que los independentistas exigen ahora también la condonación de la ingente deuda acumulada con el Gobierno, a sabiendas de que Pedro Sánchez es perfectamente capaz de hacer borrón y cuenta nueva con tal de seguir en la Moncloa.
Este dispendio de recursos, sin embargo, no se ha traducido en una mejora de los servicios públicos, sino todo lo contrario. Además, el nacionalismo ha convertido Cataluña en uno de los grandes infiernos fiscales de España y en una de las regiones menos atractivas para emprender y desarrollar negocios, debido a su fuerte intervencionismo económico, especialmente perjudicial en el ámbito del comercio y el urbanismo.
Y por mucho que digan lo contrario, la ansiada independencia supondría la ruina definitiva y absoluta de los catalanes. La salida del euro y de la UE, sin el paraguas del Banco Central Europeo ni el acceso al mercado común, se podría llevar por delante el 20% del PIB catalán. Y eso sin contar que la hipotética república socialista con la que sueña buena parte del separatismo haría de Cataluña la nueva Montenegro del sur de Europa. No sólo son golpistas, sino los causantes de la ruina de Cataluña.