
La justificación del terrorismo siempre resulta perturbadora, a pesar de la costumbre. Porque todo esto lo hemos visto muchas otras veces. Con los cadáveres aún calientes, los justificadores se contienen un poco y recurren a la adversativa: "Condeno esto, pero condeno también lo otro". Lo otro suele ser el otro: uno de esos a los que se sitúa en el bando enemigo y que es, por tanto, merecedor de la masacre. Con el ataque dirigido contra civiles israelíes, la primera fase de contención pasó enseguida. Rápidamente la situación fue esta: evitaban condenar el ataque indiscriminado de Hamás que se había producido, mientras condenaban el ataque indiscriminado de Israel que no se había producido.
La complicidad es el estadio siguiente y no es tampoco nada nuevo. Los comprensivos —no digamos los cómplices— hacen contorsiones para no llamar terrorismo al terrorismo, pero ir a matar civiles de forma deliberada es terrorismo lo llamen como lo llamen. Es, en cualquier caso, ir a matar civiles deliberadamente. Claro que cuanto más brutal el ataque, más hay que invertir la carga de la culpa. Se saca entonces el pliego de justificaciones que ya se tiene escrito, porque es invariablemente el mismo, y se procede a culpar del acto terrorista al que lo sufre. Es el viejo tópico de las causas. Se sentencia que quien ha puesto las causas para el ataque de crueldad inhumana es el atacado. Y si parece que el ciclo acaba ahí, no. Cuando se trata de Israel, se da una vuelta de tuerca más, porque hay que llamar nazis a los que fueron exterminados por los nazis. Lo hizo estos días Gustavo Petro, presidente de Colombia, pero no es ni será el único.
Esta locura no es de psiquiatra, o sí, pero es política. Está incardinada en ideologías, en actos políticos y en años de prueba y aprendizaje. Pero, a la vez, tiene otras raíces más extensas y menos evidentes. Una de ellas, a explorar siempre, es el miedo. El miedo lleva a justificar el terrorismo y a plegarse ante él. El miedo lleva a culpar al atacado y a exonerar al atacante. El miedo lleva a dejar al terrorista en paz y a darle lo que quiere. Pero en la orilla opuesta también hay gente. Israel, igual que los Estados Unidos, son democracias dispuestas a combatir el terrorismo y a sufrir bajas por combatirlo. Y por eso, también por eso, son aborrecidas.
Combatir el terrorismo, a un terrorismo de las dimensiones monstruosas del islamista, ha atemorizado y atemoriza a mucha gente. Creen, naturalmente, que combatirlo es provocarlo, desatar represalias, dar pie a nuevos ataques. Y como aquellos aldeanos de los cuentos, creen que se salvarán si le entregan algo al monstruo. No les supondría ningún problema, por cierto, entregar a Israel; sólo que no se deja. Esto es lo que hay, como suele decirse. La izquierda, hoy como ayer, sólo canaliza el miedo y suministra el justificante. Debajo de la basura propagandística, lo que hay es terror al terror. Y el deseo inconfesable de frenar a los que quieren combatir el terrorismo.
